Leamos a más mujeres

Juliana Muñoz Toro
20 de mayo de 2022 - 02:48 a. m.

Deberíamos leer a más mujeres, aunque no fuéramos mujeres. Y más literatura infantil, aunque no seamos niños. Y más editoriales independientes, aunque no estén en todas las librerías. Y más literatura colombiana, justamente por ser colombianos. Resalto que no digo leer solo mujeres o ciertos géneros y libros. Sería tan insensato como leer solo clásicos, o leer solo autores con los que estamos de acuerdo o que nos enseñen algo tangible.

Diversificar nuestras lecturas nos abre un vasto panorama que no implica renunciar a lo ya conocido. Por ejemplo, las mujeres suelen escribir más sobre mujeres. O sobre los hombres desde una perspectiva femenina. No porque alguien diga que son “más sensibles”, o “menos machistas”, sino porque nos permite conocer o identificarnos con situaciones que habían sido veladas durante años (sin negar la audacia de ciertos hombres en crear voces femeninas): las preguntas por la maternidad y el desarraigo (La perra, Pilar Quintana), el duelo y la familia desarticulada (Lo que no tiene nombre, Piedad Bonnett), el travestismo como blanco de violencia (Las malas, Camila Sosa Villada), el racismo en mujeres migrantes (Americanah, Chimamanda Ngozi Adichie), o las consecuencias que tiene el abuso sexual (Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado, Maya Angelou). Y no, no son temas de mujeres solo para mujeres. Son experiencias humanas.

La idea no es terminar leyendo por obligación, por compensar o por la única razón de que “es mujer”, como si no tuviese un mérito literario. Si nombro a estas autoras es porque en realidad logran ponerle palabras al silencio, o poesía al terror. Algo de justicia sería por ejemplo volver a Indiana y saber que fue escrita por Amantine Aurore Dupin y no por George Sand, como le tocó firmar para poder ser publicada y evitar el repudio de una sociedad arcaica. O saber que varias de las obras firmadas por Gregorio Martínez Sierra fueron realmente escritas por su esposa María Lejárraga, que Jane Austen nunca vio un libro suyo publicado con su nombre sino por el seudónimo de “Una dama”, o que Charlotte, Emily y Anne Brontë publicaban como Currer, Elliss y Acton Bell.

El caso de la literatura infantil también ha sido inmerecidamente menospreciado. Como si fuera un género menor entender mejor la muerte (El pato, la muerte y el tulipán, Wolf Erlbruch) o la violencia en Colombia (Tengo miedo, Ivar Da Coll), como si fuera poca cosa recuperar la alegría por el mundo y sus pequeñas cosas (Las visiones fantásticas, María José Ferrada), o repensar los estereotipos de género que están presentes desde las canciones de la infancia (Arroz con leche, Natalí Tentori). / @julianadelaurel

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