Entre líneas

“Los reyes del mundo”

Juliana Muñoz Toro
21 de octubre de 2022 - 01:00 a. m.

Les propongo una mirada literaria a la película colombiana Los reyes del mundo, dirigida por Laura Mora, pues son múltiples las formas de disfrutar las historias. En esta, uno puede volver a saborear lo mejor del viaje del héroe, el niño como rey de su mundo y el surrealismo como lenguaje poético. Así como en los libros hay ritmos, aquí también. Pasaremos del silencio de la cima al estupor de la bajada, de la euforia en las letras de “Tren al sur”, de Los Prisioneros, a un grito silenciado frente a la hoguera.

Este filme (premiado como Mejor película en los festivales internacionales de San Sebastián y Zúrich) comienza con un grupo de amigos que sale de Medellín al Bajo Cauca en busca de su “tierra prometida”. La tierra heredada que el Gobierno va a restituirles como víctimas. Allí, dice Rá, el protagonista, nadie los va humillar más y los dejarán trabajar por lo que es suyo. Suyo y de nadie más, como el terreno de su imaginación. En varios momentos del viaje, Rá verá a un caballo blanco que tal vez simboliza a su abuela o el valor que necesita para superar cada obstáculo que le espera.

Veo aquí a Bastián y al caballo de Atreyu, Ártax, en La historia interminable, de Michael Ende. Un niño viviendo en su propia historia, en la que quiere salvar a los amigos, que son, para él, sus hermanos. Existe la esperanza, hasta la última toma, de que hay un mundo mejor que esa ciudad que todo se los ha negado. Rá volará en su bicicleta como sobre un dragón y esa prueba de libertad nos dará la belleza, el consuelo, para afrontar lo que viene.

El paisaje es un personaje. No en vano, una de las influencias de Mora para esta película es Paisajes sublimes: el hombre ante la naturaleza salvaje, de Remo Bodei, en que aceptamos el temor y el placer por esas montañas y ríos. Esos momentos en que los niños se toman la carretera, el potrero o cualquier rincón en que los dejen ser eso, niños, me recuerdan a Donde viven los monstruos, de Maurice Sendak: convive la inocencia con la travesura, incluso con la ira. O El señor de las moscas, de William Golding, donde también aparece la imagen de la isla, como en la toma final, y un grupo de jóvenes que, habiéndolo perdido todo, sucumbe a ciertos instintos de violencia.

“Un día todos los hombres se quedaron dormidos… Y los cercos de la tierra ardieron”, susurra una voz en off al comienzo de la película. Es un lenguaje épico que no solo le dará forma a la historia, sino que nos permitirá respirar cuando todo parezca perdido. Ante la muerte, por ejemplo, esta voz nos dirá que la sangre es el río que vuelve al mar y que así vuelve a la vida. O cerrará con una frase que aún retumba en mí: “Soñé que todos dormían, menos nosotros”.

 

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