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Una casualidad o un malentendido pueden desencadenar una tragedia de corte griego. Hay heridas del pasado que se renuevan y, mientras sigan doliendo, pareciera que no existe el perdón. Que solo la venganza puede dar el cierre necesario. Pero el tema con la venganza es que no es definitiva ni, mucho menos, objetiva; como no puede haber dos ganadores, esta se perpetúa. Transcurrimos tanto tiempo odiando que nos olvidamos de su origen. A veces se trata de algo pequeño, ridículo, otras, de eventos esenciales, pero sin remedio. Una muerte no se reparará con otra.
Como si existiese el perdón (Rey Naranjo Editores), de la escritora argentina Mariana Travacio, por estos territorios. La voz de Manoel nos instala en un mundo rulfiano porque hay una soledad y tristeza arraigadas en aquel paisaje desértico: “Era un viento de calor que nos cercaba despacio hasta instalarse como un perro hambriento (…) Nos despertábamos cuando el sol se iba y el cielo quedaba con un resplandor que seguía levantando el olor de la tierra seca”.
También está la fantasía, más que en los hechos, en la forma en que los protagonistas asumen su desgracia: como cosa del día a día, inevitable. Este sino se enfrenta no con resignación sino con violencia.
La narración seca, pausada, marca una dulce cadencia que ayuda a transmitir algo de inocencia en su deseo de venganza, si se me permite la paradoja. Es el deseo de un momento de paz, de volver a habitar ese lugar que alguna vez fue de dicha. De honrar a sus muertos.
Esta novela está confeccionada con capítulos cortos y que juegan con el tiempo. Avanzamos un poco, quedamos con alguna duda y luego saltamos atrás para ahondar en ella. Así, el camino no es lineal. Surgen inquietudes: ¿quién es el verdadero enemigo? ¿Sirve de algo irse para olvidar? No, porque no existe el olvido, pero, tal vez, tal vez existe el perdón.
A veces solo se necesita una mirada para recordarnos la bondad humana, esa que aplicamos poco a nosotros mismos: “y me abraza como si yo fuera un santo, y me mira como si existiese el perdón”.
Para expandir la venganza, pero solo en libros y no en rencor, también están títulos como Pedro Páramo de Juan Rulfo, La Iliada de Homero, Macbeth de William Shackespeare, Moby Dick de Herman Melville, Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez, La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa, Frankenstein de Mary Shelley, El barril de amontillado de Édgar Allan Poe y Casa de Furia Evelio Rosero.
