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Dua Lipa, en su paso por Latinoamérica, tuvo una idea tremenda: versionar en su idioma original una canción famosa del país en el que se presentaba. “Cariñito”, de Los hijos del sol, en Lima; “Magdalena”, de Carlinhos Brown, en São Paulo; “Tu falta que querer”, de Mon Laferte, en Santiago de Chile; “De música ligera”, de Soda Stereo, en Buenos Aires, y “Antología”, de Shakira, en Colombia. Su última parada fue en México y el turno para “Bésame mucho”, de Consuelo Velázquez.
De todas, esta última es, quizá, la elección más reivindicativa. Fue compuesta antes de 1940, cuando no era bien visto que las mujeres participaran de la música popular y mucho menos que compusieran letras pidiendo que las besaran mucho. Velázquez había estudiado piano clásico en el conservatorio y había hecho una carrera como concertista. Algo que, sumado a los prejuicios de la época, la obligaban a esconder sus gustos y talentos en la música popular. Para dejarlo aún más claro: los músicos de academia no debían coquetear con la música comercial porque era considerada inferior y vulgar.
Pero quiso la suerte que Consuelo Velázquez comenzara a trabajar como pianista en las emisoras XEW y XEQ –era la época de la música en vivo para radio y televisión–, y aprovechó esos espacios para ir colando algunas de las canciones que escribía a escondidas, entre esas, “Bésame mucho”. Siempre les dijo a todos que eran “de una amiga”, incluso llegó a inventar seudónimos masculinos. El plan funcionó hasta que la emisora tuvo que responder por los derechos de autor de cada cosa que pasa al aire y Velázquez tuvo que confesar que eran suyas.
“Bésame mucho” no solo es uno de los boleros más versionados de la historia, es también la prueba de que la música no es un asunto de élite o academia, de que no existe la mal llamada ‘alta cultura’, ni tampoco la distinción de género. Es la confirmación de que la música es música y, por tanto, tiene su propio e indiscutible valor.
@LauraGalindoM
