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“Quien no ha sentido profundas ganas de romperlo todo, no ha vivido en carne propia la opresión”, dijo la Nobel de literatura, Annie Ernaux, cuando la criticaron por apoyar a los chalecos amarillos durante las movilizaciones contra el gobierno de Emmanuel Macron, en Francia.
La misma respuesta se me viene a la cabeza cuando cuestionan los daños materiales que quedan después de cada marcha feminista. Romper, rayar y saquear son violencias físicas sincrónicas que responden a violencias simbólicas diacrónicas. Según Ernaux, el oprimido soporta con impotencia los abusos y maltratos de su opresor. Al estar sometido, no puede responder en los mismos términos ni defenderse con las mismas armas –es David contra Goliat–. Necesita, entonces, la unión de todos los de su clase y un mecanismo efectivo de presión.
Volvamos a la marcha de los chalecos amarillos: los ciudadanos franceses se vieron violentados porque Macron pretendía subir el precio del combustible. Algo que, en principio, golpeaba directamente la economía de la clase media-baja. No les era posible responder con los mismos términos –no podían ni remotamente atacar el bolsillo de Macron–, ni tampoco existía posibilidad de conciliar. Es decir, la única alternativa estaba en la violencia sincrónica: rayar, romper, vandalizar y presionar saliendo a la calle con chalecos amarillos.
Repitamos el ejercicio, pero con la marcha feminista del pasado 8 de marzo. Las cifras, para octubre de 2024, eran estas: en Colombia, 3.956 mujeres fueron víctimas de acoso sexual; 9.798, víctimas de actos sexuales abusivos, y 10.089, de acceso carnal violento. La cifra de feminicidios llegó a 750; la Procuraduría registró 399 incidentes de ciberacoso, y 8 de cada 10 mujeres declaró haber recibido comentarios incómodos sobre su cuerpo en la calle*. A eso hay que sumarle el prejuicio, la inequidad, la brecha salarial, el techo de cristal y el machismo.
Las violencias ya no son simbólicas. Son físicas, institucionalizadas, recurrentes. La lucha es desigual y, por suerte, no se da en los mismos términos. Ante mujeres violadas, golpeadas, acosadas y asesinadas, las feministas que marchan rompen vidrios y rayan paredes. No violan, no matan, no acosan de vuelta. Gritan arengas, construyen símbolos y deslegitiman el poder del opresor. No es una elección, es un acto desesperado.
¿Sirve de algo? Cito de nuevo a Annie Ernaux sobre los chalecos amarillos: “la historia nos demuestra que no ha habido cambios sin ciertas violencias”. Cuando se habla de víctimas y victimarios, de violación a los derechos humanos y de sometimiento, la conciliación realmente se queda corta. “Romperlo todo” nunca será comparable con “romperlas a todas”. Entre destruir al objeto y destruir al sujeto, hay un abismo.
*Tomado de la Secretaría Distrital de la Mujer, la Fundación WWB y ONU Mujeres.
