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Las adaptaciones de libros no son fáciles para nadie. El lector está enamorado de una voz narrativa, la del autor, y de unos personajes que ayudó a construir en ese proceso de creación colectiva que ocurre al leer. El escritor dice “tiene manos pálidas”, y el lector, en su imaginación, le asigna las mismas manos pálidas de su mejor amiga. El guionista, por su parte, está expuesto siempre a la odiosa comparación de su texto con el original, a que sus cambios, incomprendidos por quienes nunca han escrito para formatos audiovisuales, sean etiquetados como inconsistencias, y a lidiar con que “no se parece al libro”.
Delirio, la adaptación de la novela con la que Laura Restrepo se ganó el premio Alfaguara, no es la excepción. Por lo menos para mí, que sigo religiosamente la obra de Restrepo. El libro está escrito en forma coral, intercalando los monólogos en primera persona de cuatro narradores: ‘El Midas’, Aguilar, Agustina y el abuelo Portulinus. Cada uno de ellos le habla a un “tú” tácito y, al hacerlo, se cuela una tercera persona omnisciente. Eso, por supuesto, es virtud de la literatura, pero no de la televisión. De ahí que la serie “no se parezca al libro” y los libretistas hayan hecho modificaciones formales para poder contar la historia.
El objetivo de esta columna no es armar una lista de todas las cosas que en la serie no son fieles al libro, de hacerlo se me volvería un panteón. Es entender por qué, como dijo Restrepo durante el estreno, “son dos criaturas diferentes”.
La primera pista está, desde luego, en el formato: una serie comercial de ocho capítulos se rige por unas lógicas diferentes a las de un libro de casi 350 páginas. Mientras el libro debe responderle solo a la tenacidad de las palabras –que no es cosa fácil–, la serie debe responderle a los sonidos y a las imágenes. La segunda tiene que ver con lo que cada una demanda del público, no somos los mismos cuando leemos que cuando nos sentamos frente a un televisor. Y la tercera, con esa construcción colectiva a la que aludía el primer párrafo: en la novela construimos cuando leemos; en la serie, somos testigos de la construcción de quienes la produjeron.
Y sí. “Son criaturas diferentes”, como dijo Laura Restrepo, para ver en momentos diferentes y para conectar de maneras diferentes. No es lo mismo ir al concierto que escuchar la música en casa, pero eso no implica que nos rehusemos a poner una buena playlist y pasar la tarde cantando recostados en el sofá.
