Si el live action de Blancanieves es malo es porque está mal producido y mal escrito, no porque haya un exceso de progresismo –suponiendo que existe tal cosa– o porque hayan transformado un clásico de Disney.
Para comenzar, Blancanieves es un cuento de hadas alemán que perteneció a la tradición oral y que en 1812 fue compilado por los hermanos Grimm en la primera edición de Cuentos para la infancia y el hogar, un intento por recuperar las historias fantásticas de la tradición germana. En ese orden de ideas, Blancanieves y los siete enanos, la película de 1937, ya es, de por sí, una versión animada, de la versión escrita, de una historia oral.
Si se tratara de comparar, la producción de Disney también hizo modificaciones que correspondieron a la moralidad de la época y al “progresismo” del momento. En el cuento de los hermanos Grimm, los enanos no tienen personalidades individuales, ni nombres ni se diferencian entre sí, son simplemente una masa; Blancanieves no se despierta con el beso del príncipe, él le compra a los enanos la urna de cristal en la que ella reposa y, mientras sus sirvientes la cargan de camino al castillo, tropiezan, la sacuden y ella escupe la manzana envenenada; la bruja es torturada por el príncipe, quien la obliga a bailar con zapatos de hierro ardiente hasta que muere, y el espejo no es un espejo mágico, relación directa con la brujería, sino un espejo fantástico.
Para 1937, normalizar la tortura, la envidia como justificación criminal, la compra de cadáveres con fines decorativos y la deshumanización de personas con enanismo ya representaba un problema ético.
Ahora bien, los cuentos de hadas tienen una finalidad pedagógica en la infancia: explicar, a través de ejemplos, los estados de la mente. Los deseos, las contradicciones, las necesidades, las intenciones y las experiencias de dolor. Esto con el fin de que los niños tengan sus propias creencias, las distingan de las de los otros y puedan actuar en función de ellas. Según explica Jerome Bruner en su libro Acts of meaning, los cuentos de hadas plantean problemas existenciales de forma simple y permiten establecer relaciones de causa y efecto. La envidia produce odio y está mal; la benevolencia es sana y está bien.
Los estados de la mente están mediados por las premisas sociales de cada época. Por ejemplo, hablar de esclavos no era problemático en 1800, pero en este momento es tremendamente inadmisible. Es apenas lógico que la nueva versión de Blancanieves se enmarque en discusiones sobre el rol de la mujer, la conciencia social y los activismos por la desigualdad. La evolución del arte y sus narrativas debe ser consecuente con la evolución del mundo. No es una apuesta, es una obligación.
Si este remake de Marc Webb no cumple las expectativas del público es sencillamente porque ni el guión ni la música –siendo un musical– funcionan ni conmueven. Nada tiene que ver con la transformación, de la transformación, de la transformación de un cuento de hadas alemán.