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Hicimos todo mal con Imane Khelif


Laura Galindo

09 de agosto de 2024 - 12:05 a. m.

La historia siempre la cuenta quien pegó más duro. En el caso de Imane Khelif, la boxeadora argelina, su historia esta siendo contada por discusiones transfóbicas y machistas, y no por sus méritos olímpicos o sus luchas deportivas. Irónicamente, esta vez pegó más duro la discriminación que sus propios ganchos.

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Hace cerca de una semana, se enfrentó a la italiana Angela Carini, quien luego de 46 segundos se retiró de la pelea argumentando que “no era justo y nunca en su vida le habían pegado tan fuerte”. La frase fue elegida con precisión, insinuando lo suficiente y sin comprometerse en lo absoluto. “Yo dejaría a los hombres por fuera de los deportes femeninos”, dijo Donald Trump en su cuenta de X. “La sonrisa de un hombre protegido por el establishment, después de golpear a una mujer en la cabeza”, escribió en la suya J. K. Rowling. “¡Boluproges!”, publicó Milei, haciendo uso de su poco esmerado discurso argumentativo. La ultraderecha dejó claro su punto. Luego, los medios también hicieron su parte: “Polémica en torno al género de la boxeadora Imane Khelif”; “¿Es Imane Khelif una mujer trans?”; “¿Hubo transforma en los juegos olímpicos?”.

Comenzó el debate: que no es trans, que es una mujer cisgénero, que nació con sexo femenino y tiene pasaporte de mujer. Que lo que ocurre es que en su par de cromosomas número 23 tiene XY, como la mayoría de los hombres, y no XX, como la mayoría de las mujeres. Que lo dijo una prueba hecha por la Federación Internacional de Boxeo, pero que el Comité Olímpico entiende que hay condiciones médicas que alteran ese resultado -síndrome de Turner, síndrome de Swyer, ovarios poliquísticos- y se vale de pruebas diferentes.

Todo está mal aquí. Este tipo de explicaciones no debieron darse porque la pregunta en sí jamás debió hacerse. Si la boxeadora estaba inscrita en la competencia como boxeadora, con A, y el Comité Olímpico que no es precisamente un ejemplo de activismo por la diversidad jamás lo cuestionó, ¿quiénes somos nosotros, los usuarios de redes sociales, los periodistas, los espectadores, para hacerlo?

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Al final del día la feminidad -ojo, no lo femenino- no es más que una definición hegemónica hecha por el patriarcado: mujeres delicadas, maternales y frágiles con caderas anchas y cintura estrecha. Una definición que va perfecta en las mujeres del siglo XVIII, educadas en el piano, la costura, el bordado y la cocina. Una definición construida desde estereotipos obsoletos, que contraponen masculinidad y feminidad creando subordinaciones y opuestos injustificados: lo femenino no puede ser masculino y viceversa. De ahí que machorra y afeminado se hayan convertido en insultos. Todo esto lo explica mucho mejor la gran Judith Buttler que yo; se las recomiendo mucho.

Lo que urge poner en este tablero es que la historia de Imane Khelif está siendo contada por nuestra ignorancia y nuestros prejuicios, y no por su lucha deportiva, su disciplina o su talento. Khelif está a punto de ganarse el oro -mientras discutíamos sus cromosomas ganó dos peleas más- y nosotros seguimos aquí -me incluyo, mientras escribo esta columna- hablando de su supuesta polémica de género sin reconocer su hazaña: la de una mujer argelina de 25 años, que, por falta de recursos, se preparó con las uñas y está a punto de ser medallista olímpica.

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Por Laura Galindo

Periodista musical y cultural. Pianista de la Universidad Javeriana, magíster en piano de la Universidad Eafit, magíster en periodismo de la Universidad de Los Andes y MFA en Creative Writing de la New York University -NYU-. Editora cultural y presentadora en RTVC Noticias, de Señal Colombia.
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