—¿Cómo va celebrar este triunfo?— le preguntaron a Làzlò Krasznahorkai, Premio Nobel de literatura 2025, en la llamada oficial que hace la Academia Sueca a los ganadores.
—Pues, verá: hace poco me cambié de domicilio y tengo que ir a dar el aviso en algunos lugares.
—¿Es eso lo que hará para celebrar su Nobel?
—Sí. La verdad no tenía planeado ganar, así que organicé otras cosas en mi agenda.
Solo esa respuesta me resultó suficiente para comenzar a leer a Krasznahorkai, de quien –debo confesar– no había escuchado antes del premio. Por el camino me encontré cosas muy interesantes: su agudeza tragicómica, su talento para construir mundos distópicos convincentes y la profundidad de sus ironías. Pero hubo una que me maravilló: la influencia de Johann Sebastian Bach en sus libros.
Empecemos por un lugar obvio: su novela Herscht 07769. Florián, el protagonista, es una suerte de hombre–niño que trabaja para, The Boss, un neonazi fanático de Bach. Su trabajo consiste en limpiar todos los monumentos del compositor que han sido vandalizados por alguien que firma con el emblema de un zorro. A eso se suma que The Boss es el director de una orquesta de músicos aficionados.
Tango Satánico, su primera novela, guarda una relación más conceptual. Las “Variaciones Goldberg”, de Bach, como bien da pistas su nombre, consisten en un tema melódico que se expone de diferentes maneras sin perder su esencia: cambia el tempo, la métrica, el modo, pero siempre conserva la misma idea. Algo similar ocurre en la novela de Krasznahorkai. Los miembros de una cooperativa agrícola resultan timados por un extranjero y cada uno cuenta la historia de lo que ocurrió, pero cada uno desde su perspectiva. En total son doce voces, que giran en torno a lo mismo, pero van agregando detalles diferentes que solo ellos conocen.
Y en Melancolía de la resistencia, el señor Ezster, director de orquesta –de nuevo–; la exseñora Ezster, y un hombre treintón, infantil e inocente –de nuevo–, viven en un lugar caótico que se vuelve aún más caótico cuando llega un circo miserable cuya única atracción es una ballena. El libro, al igual que los conciertos italianos de Bach, está dividido en tres partes: una que transcurre moderadamente, otra lenta y pesante, y una última rápida y desparpajada.
Quizá, en lugar de preguntarle cómo iba a celebrar, la Academia Sueca ha debido preguntarle por el nombre de su compositor favorito.