Han pasado 86 primeros de septiembre desde que Alemania, alegando limpieza étnica y ostentando supremacía expansionista, invadió Polonia y estalló la Segunda Guerra Mundial. El guión de la historia se ha vuelto plantilla: Rusia y Crimea, Israel y Gaza. Siempre por el territorio, siempre porque unos, los más fuertes, asumen que los otros sobran. Y bombardean, invaden, asesinan, persiguen y construyen muros. Es, en esencia, un apógrafo de violencia y deshumanización. Un duelo que, irónicamente, sigue teniendo el mismo paliativo: la música.
En el Conservatorio Nacional Edward Said, en la franja de Gaza, del poliéster que reemplaza los muros en las tiendas de campaña cuelgan guitarras y laúdes, y, entre las pocas paredes que quedan en pie, escarapeladas y con agujeros de bala, Ahmed Abu Amsha dicta clases de violín. Regresó a Gaza después del alto al fuego decretado en enero y, junto a otros maestros de tambor de mano, flauta y oud, le enseñan música a casi 600 estudiantes.
En el campo de concentración de Görlitz, en 1941, Olivier Messiaen estrenó una de sus obras más profundas. Un año antes, el ejército alemán lo había tomado prisionero por no simpatizar con el régimen. De camino al Stalag VIII-A conoció al violinista Jean Le Boulaire y al chelista Étienne Pasquier. Se las arreglaron para conseguir papel y lápiz, y Messiaen comenzó a escribir. El 15 de enero, con instrumentos maltrechos, bajo la lluvia y frente a una audiencia de 400 prisioneros, tocaron por primera vez el “Cuarteto para el fin de los tiempos”. “Vi un ángel lleno de fuerza descendiendo del cielo”, dice la cita del prefacio.
Pocos días después de la invasión rusa, en una plaza desierta de Kiev, un hombre pálido, delgado y de 43 años cantó a capella “Hey, hey, rise up”. Fue el 27 de febrero del 2022 y el hombre vestía uniforme militar. Era Andriy Khlyvnyuk, el vocalista de la banda ucraniana BoomBox, quien se había enlistado voluntariamente para defender a su país. La canción, que pertenece a la tradición ucraniana, se convirtió en un himno, en una suerte de mantra que todos cantaban para sobrevivir.
La guerra es un calco. Y la resistencia, también.