
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
“Al nacer, dos musas estuvieron a mi lado”, contó alguna vez Julio Cortázar. “Una me dio el gusto por la música y la otra me castigó con la imposibilidad de tocarla o componerla”. De ese nacimiento se cumplieron 111 años esta semana. Cuando Cortázar era niño, sufrió clases de piano y, un poco mayor, aprendió a tocar algo de trompeta, para desgracia de sus vecinos. Al final, le ganaron los viajes, las clases y la literatura.
Sin embargo, la música fue para él una segunda pluma. No solo con referencias explícitas a canciones, también con calcos a las lógicas del discurso musical en las estructuras de sus cuentos y novelas: El perseguidor, Las ménades, La vuelta al día en ochenta mundos y, desde luego, Rayuela.
Concentrémonos en esta última. Cortázar usó el jazz casi que para todo. Por un lado, la forma en que está escrita emula la improvisación: ideas que brotan sobre una estructura clara, que saturan y bombardean, que pisan notas –en este caso palabras– equivocadas y las convierten en melodía: “…y así va el mundo y el jazz es como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, salta barreras, burla aduanas, algo que corre y se difunde y esta noche en Viena está cantando Ella Fitzgerald mientras en París Kenny Clarke inaugura una cave y en Perpignan brincan los dedos de Oscar Peterson…”. Por el otro, en repetidas ocasiones, usa estándares de jazz específicos para marcar el ritmo y el carácter de una escena, incluso interpola versos de sus letras dentro de sus propios textos. “Mami’s blues”, grabada por Jelly Roll Morton, aparece en una escena en la que se menciona a Babs, integrante del Club de la Serpiente: “…sobre una claraboya de París, a la una de la madrugada, los pies mojados y la puta que murmura If you can’t give a dollar, gimme a lousy dime. Babs había dicho cosas así en Cincinnati, todas las mujeres habían dicho cosas así alguna vez en alguna parte”.
Y por otro, se vale de la música, sus emociones y la experiencia de sus compositores para argumentar o describir situaciones puntuales: “era sencillo pensar que quizá eso que llamaban la realidad merecía la frase despectiva del Duke, «It don’t mean a thing if it ain’t got that swing»”, dice el narrador refiriéndose a una cita de Duke Ellington.
En la obra de Cortázar, música y literatura van juntas, tan juntas que es difícil decidir cuál se nutre de cuál. Lo dijo el mismo en uno de sus poemas:
Yo quiero ser, contigo, uno de tantos
Entregado a una música de minio
Y a la liturgia ronca de tus manes.
