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La Sinfonía No. 2 de Johannes Brahms es, en apariencia, una de sus obras más alegres, quizá porque la compuso en 1877, mientras visitaba los Alpes austriacos. No es difícil imaginar al compositor, con 44 años, escribiendo líneas de flauta, oboe, chelo y trompa, en la placidez de un paisaje bucólico. Pero si se agudiza el oído, es posible dar con el dejo pesimista que carga cada melodía. Una emoción que se desvanece, un aire que inquieta. Para encontrarlo, basta con prestar atención al desespero de los chelos del segundo movimiento, al estruendo de los timbales del final o al luto de las trompas del comienzo.
“La sombra es intencional”, confesó Brahms en uno de sus ensayos: “soy una persona severamente melancólica. Las alas negras aletean constantemente sobre mí y sobre mi producción. Mi segunda sinfonía es casi una pregunta: ¿por qué? Eso es lo que gritan los timbales y los trombones”.
Quizá esa fue la misma pregunta que invadió al director israelí Ilan Volkov durante la ceremonia de los BBC Proms, después de marcarle a la Scottish Symphony Orchestra los últimos compases de esa misma sinfonía. “¿Por qué?”. ¿Por qué Israel, el país en el que vive, que ama y que considera su hogar, mata miles de palestinos inocentes? ¿Por qué los desplaza una y otra vez? ¿Por qué los deja sin hospitales, sin escuelas, sin saber cuándo será su próxima comida? ¿Por qué mantiene rehenes en condiciones inhumanas?
Quizá embebido por esa misma pregunta se atrevió a interrumpir el silencio verbal del Royal Albert Hall y robarle unos minutos a una de las ceremonias más importantes de la música clásica para denunciar el genocidio en Gaza. Para calificarlo como algo “horrible y atroz en una escala inimaginable” y para pedirle al mundo “que detenga esta locura porque palestinos, judíos e israelíes no pueden solos”.
Días después, Volkov fue arrestado por el ejército israelí mientras apoyaba una manifestación en la frontera Israel-Gaza y, aunque fue liberado pocas horas después, dejó claro, con acciones, lo mismo que le dijo a quienes intentaron abuchearlo en los Proms: “la política es parte de la vida y cada acción, por pequeña que sea, cuenta. Especialmente mientras los gobiernos dudan y esperan”.
