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Dice María Ospina Pizano en Solo un poco aquí:
“No hay cifra que sirva para comparar los cien kilómetros de carretera sinuosa que lima el carro por la cordillera mientras esquiva huecos, tractomulas y volquetas, con el trayecto breve de barros, musgos, cadáveres y sedimento del que ha sido desterrada ella. La diferencia entre la energía de la máquina que atraviesa resuelta las montañas y el entusiasmo diminuto de las alas coartadas del insecto que solo pide hojas y lodo para alojar sus huevos”.
Se refiere a una cucarrona. Se refiere también, creo yo, a entender el mundo más allá de la mirada humana. A olvidar por un momento el ego supremacista que nos hace estar tan seguros de que nuestra conciencia es una conciencia única y nuestras percepciones son verdades absolutas.
El libro, que el pasado 3 de diciembre se llevó el Premio Nacional de Novela 2024, parte de una premisa concreta: los animales tienen conciencia, es decir, perciben el entorno como algo externo a sí mismos. En pocas palabras, tienen una experiencia de vida. No pretendo entrar en discusiones filosóficamente vigentes que no vienen al caso, la literatura puede crear el mundo que se le dé la gana, solo pongo sobre la mesa el hilo conductor de una serie de relatos sensibles y muy bien logrados.
En ese orden de ideas, cada capítulo está escrito desde la conciencia de un animal: dos perras, una cucarrona, una tángara, una puercoespín –siempre hembras–, y nosotros, los humanos, solo somos una de esas tantas cosas que ocurren a su alrededor. Lejos, muy lejos de ser una fábula, estos relatos son narraciones conmovedoras de maneras no antropológicas de habitar el mundo.
La idea parece sencilla y gastada, son muchos los que han escrito desde voces animales, sin embargo, el común denominador es insertar esas voces en un mundo de humanos y atribuirles sus características. En Solo un poco aquí, Ospina Pizano hace todo lo contrario, sumerge al lector-espectador en un mundo animal que reflexiona sobre otras formas de habitar los espacios y percibir fenómenos físicos. Nos cambia el centro de lo que Platón llamó ‘el mundo sensible’, y nos propone, por un instante, como personajes secundarios y no como protagonistas.
La novela es un puñetazo al ego humano, pero uno conmovedor y magistral.
