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Joaquín Sabina se despide de los escenarios con una última gira de conciertos en el 2025. La noticia es vieja -por lo menos para el mundo de los medios y las redes en donde todo caduca a las 24 horas-, pero yo sigo lamentándolo. Es un artista que crea para lectores-oyentes, esos que leen en la música y cantan en los libros. Algo que, desde luego, no es nuevo. Lo han hecho muchos y desde hace mucho: Homero, Lorca, Patti Smith y José Asunción Silva, por nombrar solo algunos.
Escribir para un lector-oyente implica juntar la música y la literatura, crear hilos narrativos, construir personajes, plantear escenarios y, como es de suponerse, arriesgarse a que los académicos sabelotodo -como yo- teoricen al respecto. Así que es mi turno.
Las canciones de Sabina pueden pensarse a partir de su estructura, sus personajes y sus temas. Empecemos:
Hay dos estructuras que resultan muy claras: la tradicional -inicio, nudo y desenlace-, que aparece, por ejemplo, en 19 días y 500 noches. El protagonista conoce a una mujer, ella lo deja y él pasa mucho tiempo intentando olvidarla. “Así que se fue, me dejó el corazón en los huesos y yo de rodillas”. Y la que se conoce como ‘Cajón de retazos’, en la que existe una premisa y una serie de argumentos para cumplirla: “Si lo que quieres es vivir cien años, no pruebes los licores del placer” (Pastillas para no soñar).
Entre sus personajes, tres son recurrentes. Primero están los protagonistas al límite, todos en situaciones de riesgo, marginalidad y partícipes de su propia destrucción. “Buscando en la basura, un gramo de locura” (Conductores Suicidas) o “Entre la cirrosis y la sobredosis andas siempre, muñeca” (Princesa). Segundo, las mujeres. Aquí es posible encontrar tres categorías: las mujeres que son cuerpo y solo aparecen como objeto seductor o seducido, “Y yo que nunca tuve más religión que un cuerpo de mujer” (Medias negras); las prostitutas, cualquiera que haya escuchado a Sabina sabe que le encantan las historias de putas, “La noche que yo amo tiene dos mil esquinas, con mujeres que dicen ¿me das fuego chaval?” (Negra noche), y la mujer ausente, que se fue y lo dejó medio roto, “Y sin embargo, cuando duermo sin ti, contigo sueño” (Y sin embargo). Y por último, la ciudad, que es el detonante de las vivencias de los protagonistas, de ahí que Sabina la convierta en personaje, mencionando con nombres propios sus bares, moteles y calles. “Y no se esconde, va con su payo, a dar el tallo, en Mercamadrid” (Churumbelas).
Hablar de temas resulta sencillo porque existe solo uno: el amor. O, mejor, el desamor. Todo lo demás orbita a su alrededor: la sociedad, la política, la crítica mordaz. Sabina lo presenta en tres etapas: la seducción, “Y tu mirada azul me dijo cara o cruz. Y mi alma de tahúr lo puso a doble o nada” (El rocanrol de los idiotas); la imposibilidad, porque en definitiva para Sabina ningún amor es posible y todos tienen impedimentos tangibles o intangibles, “Yo no quiero contigo ni sin ti” (Contigo), y la ruptura, “Para decir ‘con dios’ a los dos nos sobran los motivos”.
No siendo más, querido Joaquín, nos vemos en marzo del 2025.

Por Laura Galindo
