Este año celebramos el centenario del nacimiento de Orlando Fals Borda. No conmemoramos su muerte, homenajeamos el constante renacimiento de una obra que adquiere nuevo brillo con cada lectura, con cada apropiación creativa y con cada experiencia colectiva que recoge su legado.
Se dijo de alguno de sus escritos que era una “obra menor”. Lo afirmó con dureza Fernando Uricoechea, al señalar que su excesiva sensibilidad y apelación a las capacidades populares restaban rigor teórico a su producción. Pero acaso la mayor enseñanza de Fals sea que, justo en esa condición de “menor”, reside la fuerza de su pensamiento. Lo menor no es lo insignificante, sino aquello que se desmarca de la ortodoxia mediante un movimiento de apertura a múltiples voces.
Desde Campesinos de los Andes, su primer gran trabajo, Fals mostró un modo distinto de hacer sociología; no distante ni aséptico, sino arraigado y en contacto con la alteridad. Al compartir la vida campesina en Saucío, no solo observó sino que se transformó: vistió de ruana, aprendió el habla local y participó en las labores del campo. Ese gesto de compenetración anticipaba lo que luego sería su sello metodológico: la devolución sistemática, el diálogo de saberes y la acción participante orientada a la transformación social.
Ese ethos lo acompañó siempre. En Historia doble de la Costa dio un paso decisivo, reconoció la validez de la razón operativa, propia de la ciencia, pero la comprendió como parcial y condicionada. La puso a dialogar con los saberes populares, construyendo una historia estereofónica, diversa, que mostraba que la ciencia no es patrimonio exclusivo de las élites. Allí, Fals afirmaba que la sociología podía y debía nutrirse de la imaginación, la sensibilidad y la creatividad colectiva.
No es casual que trabajara codo a codo con artistas, músicos e ilustradores, y que reivindicara la narrativa literaria y la gráfica participativa como herramientas de investigación y devolución. Para él, la sociología no se limitaba a producir textos académicos, también podía expresarse por medio de canciones, ilustraciones y obras de teatro, porque el conocimiento debía circular entre quienes lo protagonizan y no quedar atrapado tras los muros universitarios.
La celebración de su nacimiento, con la publicación por parte de la Universidad Nacional de una colección que incluye Campesinos de los Andes, Historia doble de la Costa, Gráfica participativa y un volumen de inéditos, es más que un homenaje, se trata de un nuevo renacer de su pensamiento. Uno que recuerda que la investigación social debe ser irreverente frente al cientificismo vacío, sensible al contexto histórico y territorial, y profundamente comprometida con la transformación de la realidad.
Fals nunca quiso ser el “padre fundador” de la sociología colombiana, ni de la Investigación-Acción-Participativa. Rechazaba el culto a la personalidad porque sabía que el conocimiento se teje siempre en común. Por eso integró La Rosca, ese grupo de investigación-acción cuyo nombre se hallaba dotado de una gran fuerza simbólica, pues reiteraba creativamente un concepto popular, a menudo peyorativo, con el fin de transformar su sentido y de destacar el carácter situado y colectivo del conocimiento.
En tiempos en que el formalismo académico ahoga la creatividad y la falta de compromiso social se disfraza de neutralidad, la lección de Fals es clara. Hay que mantener viva la chispa de lo “menor”, lo sensible, lo heterogéneo, porque allí descansa la posibilidad de imaginar y vivir de otros modos.
A cien años de su nacimiento, Fals sigue entre nosotros. No como monumento muerto, sino como invitación permanente a entrar en su “rosca”, ese espacio híbrido, experimental y vital donde ciencia y comunidad se encuentran para afirmarse mutuamente.
*Rector de la Universidad Nacional de Colombia