Alemania, el país que renació varias veces de sus cenizas para convertirse en la primera potencia europea, está viviendo nuevamente tiempos de incertidumbre y angustia. Experimenta, además, una gran paradoja, pues la parte de su territorio que fue gobernada por el comunismo hasta 1989 ha dado un vuelco político espectacular para caer en manos de la extrema derecha.
Hace ya varios años que Alemania presencia el crecimiento del extremismo derechista, frecuentemente asociado con los intentos de resurrección del nazismo. Este es un fenómeno que alarma a la mayoría de los alemanes que pertenecen a los partidos de centro y de izquierda, lo mismo que a los vecinos europeos. No es para menos, pues el lenguaje y el programa del partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD, su sigla en alemán) recuerdan los peores tiempos de la historia del país y del mundo, cuando la figura de Adolf Hitler dominaba el panorama y el nazismo sembraba el terror en Europa y el resto del planeta.
Hoy el fenómeno tiene cara de mujer. La jefatura de la AfD está en manos de Alice Weidel, una mujer cuya historia personal y política encierra varias paradojas. Se ganó el liderazgo de su partido con una retórica incendiaria contra la inmigración y la globalización, una retórica que coincide con la utilizada por Donald Trump. Ha conquistado, como Trump, a una población inconforme a la que complace con un lenguaje populista y se ha consolidado como líder a pesar de la contradicción entre su política y su vida personal. La AfD defiende la familia tradicional de hombre y mujer que se unen para tener hijos, y ella es lesbiana, tiene dos hijos con su esposa y no vive con ella en Alemania sino en Suiza. No es de extrañar que Elon Musk y el vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance, la apoyaran abiertamente en la reciente campaña electoral en la que el partido ultraderechista obtuvo el doble de los votos conseguidos en la elección anterior y aseguró su posición como la segunda colectividad política del país después de la Democracia Cristiana.
Medio siglo de transformaciones elevaron a Alemania a la posición que hoy ocupa como una de las principales potencias del mundo occidental, pero ese vertiginoso ascenso no eliminó el lastre de un pasado de muchos desgarramientos internos, dos guerras mundiales y el largo paso por el desierto de la ocupación extranjera. Fue reconstruida como una nación unificada después de sufrir la herida que partió en dos su territorio, pero tras la reunificación no consiguió elevar la economía de la antigua Alemania Oriental al mismo nivel de la Occidental, por lo cual el espacio que antes había estado bajo el control de la Unión Soviética ha visto aparecer constantes manifestaciones de descontento arropadas por los sectores más extremistas de derecha. Esa parte del país que el comunismo controló desde 1945 hasta 1989 solo conoció la democracia hace menos de cuarenta años, pues pasó de ser parte integrante del Imperio alemán a ser gobernada por el comunismo. Allí es donde han cobrado más fuerza los movimientos neonazis.
La AfD niega cualquier relación con esos movimientos y Weidel ha llegado a decir públicamente que Hitler era de izquierda, pero las comparaciones entre el programa de su partido y la doctrina nazi son inevitables. Por esta razón, los demás partidos alemanes decidieron establecer un cordón sanitario para aislar a la AfD e impedir cualquier contacto de los demás sectores políticos con ella.
La gran pregunta es qué pasará si el crecimiento de este partido continúa hasta el punto de que se convierta en el primero del país. No es una hipótesis imposible, con mayor razón ahora que cuenta con el apoyo declarado del nuevo gobierno de Estados Unidos.