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En una de los recientes actos de conmemoración de nuestras fechas patrias el presidente Gustavo Petro evocó la figura del general José María Melo, el único presidente de origen indígena que ha tenido Colombia y que ha permanecido olvidado durante mucho tiempo.
El caso de Melo es un ejemplo de la hipocresía de nuestras élites, que ignoran su figura y su papel en la historia porque no perteneció al sector social privilegiado que prolongó en nuestra vida republicana los peores rasgos de la Colonia española.
Hace unos años Colombia empezó a reconocer la contribución de los indígenas, los afrocolombianos y los miembros de otras minorías a la construcción y el progreso de nuestra sociedad. Ya no se utiliza la palabra indio como un insulto ni se desprecia a una persona por tener la piel oscura. Así como la tecnología ha introducido grandes cambios en las costumbres, el avance de las comunicaciones ha transformado la mentalidad de los colombianos para ponerla a tono con las de sociedades más avanzadas.
La transformación es particularmente notoria en el comportamiento de nuestros jóvenes, pero también se ha experimentado en el resto de la población incluyendo a las élites, que durante mucho tiempo ocultaron bajo su hipocresía rasgos tan detestables como el racismo.
Los ejemplos abundan, pero basta mencionar tres de los más notorios para comprobar lo anterior. Son los de Melo, Jorge Eliécer Gaitán y Gustavo Petro.
No es necesario haber vivido en su tiempo para saber cómo fue tratado Melo, un hombre que luchó por nuestra independencia al lado del Libertador y terminó exilado en México, donde luchó del lado de Benito Juárez y fue asesinado por los enemigos del Benemérito de las Américas. Tampoco se necesita haber sido testigo del acontecer colombiano a mediados del siglo XX para conocer la forma en la que era visto Gaitán por la dirigencia política y económica del país en aquel tiempo. A semejanza de ellos, hoy Petro está recibiendo un trato parecido por parte de los dueños del verdadero poder, que no está en la Casa de Nariño sino en los grandes centros financieros.
Los tres casos tienen un denominador común. A Melo lo miraban por encima del hombro por ser de origen indígena. A Gaitán lo llamaban indio o negro con intención peyorativa. A Petro lo ven de la misma manera y no lo rechazan solamente por su pasado guerrillero.
Como tantas otras características de nuestra sociedad, el racismo permanece oculto, pero es tan marcado como el que prevalece en países donde se defiende abiertamente la teoría de la supremacía blanca, como Estados Unidos.
El concepto de raza no es utilizado explícitamente en Colombia para diferenciar a las personas, pero está siempre presente. A veces se manifiesta en el lenguaje coloquial o incluso afectuoso, que no deja de tener una carga racista.
Este es un fenómeno tan viejo como la humanidad, aunque en la edad antigua se distinguía a las personas por su lenguaje, su cultura y su pertenencia a la sociedad más que por el color de su piel. Así ocurría en el antiguo Egipto, lo mismo que en Grecia y Roma.
Según la Biblia, los tres hijos de Noé que sobrevivieron al diluvio universal junto con sus esposas fueron los antepasados de los pueblos semíticos, africanos, europeos y asiáticos. El libro sagrado no alude a sus características físicas para identificarlos o clasificar a sus herederos. La definición racial es una construcción social sin base científica y siempre fue causa de discriminación. Entre nosotros su origen se sitúa en los tiempos del descubrimiento y la conquista, que introdujeron al Nuevo Mundo los atavismos de la sociedad española.
En el siglo XIX Melo fue aberrante y rechazado por su origen indígena; en el siglo XX Gaitán fue mirado con desprecio por su color de piel y en el siglo XXI el racismo superviviente mira con malos ojos a Petro porque no pertenece a nuestra supuesta raza ‘blanca’.
