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“El título de esta columna es la expresión utilizada por la escritora chilena Lina Meruane en su prólogo a la edición española de la novela Medio sol amarillo, de Chimamanda Ngozi Adichie, para describir el ocultamiento en el que las potencias coloniales pretendieron mantener la tragedia del continente africano bajo su dominio hasta bien entrado el siglo pasado.
Es una introducción apropiada para la narración de la autora nigeriana, una de las estrellas que brillaron en la reciente Feria Internacional del Libro de Bogotá. Tras sus apariciones en la Feria y otros espacios culturales del país, sobra una presentación suya. En cambio, es oportuno resaltar su obra, de especial interés para un país como el nuestro, que también soportó el yugo colonial y aún sufre el saqueo de sus riquezas naturales.
Medio sol amarillo nos lleva a revivir la trágica y efímera historia de Biafra, la república desprendida de Nigeria en 1967 y reincorporada casi tres años más tarde al territorio de aquella nación por la fuerza de las armas. Su derrota puso fin al sueño de libertad del pueblo igbo, simbolizado en el medio sol amarillo de su bandera. Además, produjo la hambruna que mató a más de tres millones de personas y convirtió a Biafra en la representación más cruda de la miseria africana. Con el telón de fondo del colonialismo que imperó allí, la novela recrea el drama de un continente mediante la narración de las vidas que encarnan a los pueblos enfrentados, que además de profesar sus religiones tradicionales son principalmente cristianos en el territorio donde se fundó Biafra y musulmanes en el resto de Nigeria. La acción se desarrolla en un ambiente marcado por el legado del despotismo colonial, las luchas tribales y las pugnas regionales, las diferencias políticas, étnicas y religiosas, todo lo cual confluyó para llevarlos a la guerra.
El fin del dominio británico no significó la paz porque los habitantes liberados de la férula extranjera se enfrentaron como lo hemos estado los colombianos después de la Independencia. El territorio sigue siendo presa de la codicia de los buscadores de tesoros como el petróleo, a semejanza de lo que también ocurre aquí.
El hilo conductor de la narración es la indiferencia del mundo blanco ante la tragedia africana. La novela nos recuerda la deshumanización de los nativos de Suráfrica y Rodesia, las masacres del Congo, los abusos coloniales en ese inmenso territorio y el propósito sistemático de hacer invisibles a los pueblos originarios de aquel continente en la misma forma en que lo fueron los africanos llevados a la fuerza como esclavos a Estados Unidos y los aborígenes de Australia.
No se trata de un alegato político ni de un panfleto sino de un relato en el que dominadores y dominados, conquistadores y conquistados aparecen vívidamente descritos en los ambientes llenos de contrastes en que la autora vivió en su infancia. Un retrato reforzado por la historia paralela que uno de los protagonistas construye en forma descarnada para mostrar cómo se repartieron el continente las potencias coloniales y cómo guardó silencio el mundo mientras los africanos morían. Es una lectura indispensable por su riqueza literaria y su carácter de testimonio histórico. Un aporte muy valioso para abrir los ojos del planeta a la realidad africana y lograr que ella no siga siendo el agujero negro de la historia.
