Llegamos a la tercera parte del mandato de Gustavo Petro y el gobierno del cambio, que tantas esperanzas despertó entre los colombianos pobres, excluidos y marginados, apenas empieza a enrumbar las principales propuestas de su programa. No dudamos de las buenas intenciones del mandatario ni del acierto de su diagnóstico sobre lo que Colombia necesita, pero las soluciones tardan en llegar y esto acrecienta la desilusión de las masas. Se ha especulado mucho sobre las razones que están frenando el cambio, aparte de la resistencia de los sectores que se niegan a aceptarlo. Pero hay una que no se ha destacado suficientemente a pesar de que fue evidente, sobre todo al comienzo: la falta de una adecuada comunicación entre el Gobierno y los distintos sectores de la sociedad.
La comunicación puede hacer milagros. Lo vimos hace algunos años en Estados Unidos, cuando un presidente con poca experiencia política embrujó a la mayoría de sus compatriotas porque era un gran comunicador. Así, como el Gran Comunicador, fue bautizado en su país y pasó a la historia de la Unión Americana principalmente por esta condición.
En el presente caso colombiano ha sido notoria la ausencia de esa conexión. El presidente Petro tiene la capacidad de hablar extensamente sobre cualquier tema y la inclinación de transmitir continuamente sus ideas por las redes sociales, pero carece del encanto que permitió a Reagan ganar no solo el apoyo sino también el afecto de sus compatriotas. Esta insuficiencia ha empezado a ser resuelta con las presentaciones pedagógicas de Petro y de sus ministros, que buscan llegar a la mente y el corazón de todos los ciudadanos.
No ocurrió así cuando se empezó a tramitar las primeras reformas propuestas por la administración Petro. Ninguna de ellas fue precedida o acompañada de una explicación que facilitara su comprensión por la audiencia nacional. Por esto se vieron sometidas a la crítica implacable de la oposición desde el primer momento. Solo cuando se entró de lleno a la discusión los representantes del Gobierno respondieron a las críticas con descripciones detalladas de su contenido. Así pasó con la reforma del sistema de salud, la del sistema pensional, la del régimen laboral y, más recientemente, con la del catastro, lo cual generó confusiones que en el último caso apenas se están comenzando a aclarar. Anunciar un cambio del régimen catastral en todo el país y hablar de que habrá topes a los aumentos del impuesto predial hasta del 300 % sin explicar en detalle los objetivos de la iniciativa solo podía causar pánico en los contribuyentes, como efectivamente ocurrió.
Volviendo al ejemplo de Reagan en Estados Unidos, no es frecuente que en la vida pública de cualquier país aparezca un personaje dotado de una facilidad excepcional para comunicarse con los demás. Reagan la adquirió desde sus primeras experiencias en la radio y el cine, donde no brilló propiamente como una estrella, pero aprendió a hablar con desparpajo. Después perfeccionó esa habilidad en la televisión, donde desempeñó el oficio de presentador antes de lanzarse a la política.
En un mundo cada día más influido por los medios electrónicos que facilitan la comunicación instantánea, la capacidad de conectarse y hacerlo en forma amena y efectiva es tan indispensable como el manejo del lenguaje. Sin ella no es factible que un gobierno consiga el respaldo necesario para ejecutar adecuadamente sus programas.
Llama la atención que la administración de Petro no adoptara desde el principio una estrategia eficiente de comunicación cuando en el Pacto Histórico hay experimentados periodistas y comunicadores que habían podido suplir esa carencia. Al parecer el Gobierno estuvo tan ocupado en la preparación de los proyectos que no tuvo tiempo de pensar, como lo está haciendo ahora, en el modo de transmitirlos. Lo hizo a tiempo para que no pase otro año alejado de la meta de verlos realizados.