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El BID, 60 años después

Leopoldo Villar Borda
23 de noviembre de 2022 - 05:30 a. m.

La elección del brasileño Ilan Goldfajn como presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) ha dado un nuevo aire a esa institución, nacida en uno de los momentos más brillantes de la vida del hemisferio y convertida en el principal instrumento de progreso de América Latina antes de que Donald Trump impusiera en ese cargo a uno de sus títeres, en buena hora despedido.

Goldfajn reemplaza a Mauricio Claver-Carone, cuyo paso por el BID no representó solamente la ruptura del acuerdo hemisférico que reservaba la presidencia del banco a un latinoamericano, sino además la instauración de un régimen arbitrario que la institución no había conocido en toda su existencia anterior. Desde los tiempos de Felipe Herrera, su primer presidente, lo que reinó en ella antes de Trump y seguramente renacerá ahora es la mística de servicio y el espíritu de solidaridad y eficiencia que compartimos todos quienes fuimos parte de su nómina.

Siguiendo las instrucciones de Trump, que hizo nombrar a Claver-Carone y utilizó su presencia en el BID para extender su influencia al campo del financiamiento para el desarrollo de la región, el funcionario ahora destituido reemplazó el ambiente de libertad en el que se evaluaban y discutían los proyectos por una cultura de represalias contra quienes se atrevieran a apartarse de los dictados de la Casa Blanca, transmitidos servilmente por quien ocupó la presidencia en los últimos dos años.

La principal tarea del nuevo presidente escogido por la Asamblea de Gobernadores para dirigir el banco será la de restablecer aquel espíritu original que interpretó los anhelos de los países latinoamericanos y encarnó los compromisos de la Alianza para el Progreso. No será una tarea fácil, pues hay un abismo entre lo que inspiró a John F. Kennedy cuando propuso la Alianza y el daño que el favorito de Trump alcanzó a hacer a la estructura y el funcionamiento de la institución.

El BID de los años 60 del siglo pasado era una entidad relativamente pequeña y funcionaba como un relojito. Profesionales de todos los países del hemisferio trabajaban allí con dedicación y confianza, imbuidos del deseo de acertar del cual se daba ejemplo desde las posiciones más altas, por las cuales pasaron algunos de los líderes más notables de la región.

La sede de la calle 17 de Washington, la capital de Estados Unidos, no era un edificio monumental como el que el banco ocupa actualmente en la avenida Nueva York de la misma ciudad. La nómina no superaba los 200 empleados, en comparación con los casi 2.000 de la actualidad. También hay una gran distancia entre el volumen de las operaciones realizadas en los primeros años y las que se registran ahora. Pero el papel que le corresponde hoy al BID es el mismo que se le señaló en el momento de su constitución en 1959.

El banco nació con un capital de US$850 millones de dólares y un fondo adicional de US$150 millones, o sea, con un total de recursos equivalente a US$1.000 millones aportados por los 20 países fundadores (19 latinoamericanos y Estados Unidos). En el lapso transcurrido desde entonces ha aumentado nueve veces su capital hasta pasar de los US$100.000 millones. Las operaciones de préstamo han pasado de menos de US$100 millones en los primeros años a US$24.000 millones el año pasado. El número de miembros se ha elevado a 48, entre los cuales 22 no son prestatarios e incluyen, además de Estados Unidos, a Canadá, Japón, Israel, República de Corea, República Popular China y 16 países europeos. Los 26 restantes son países prestatarios de América Latina y el Caribe.

Esta historia de constante avance y creciente contribución al desarrollo de la región estuvo a punto de estropearse con la llegada del testaferro de Trump a la cúspide del banco. Al dejar atrás la pesadilla de los últimos dos años, la institución podrá retomar ahora los principios que la inspiraron desde su creación hace más de 60 años.

Leopoldo Villar Borda

Por Leopoldo Villar Borda

Periodista y corresponsal en Europa

 

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