Estamos viviendo tiempos milagrosos. Muy pocos esperábamos ver a Álvaro Uribe condenado. Sus múltiples evasiones de la justicia lo habían convertido en el símbolo de la impunidad que estamos acostumbrados a tolerar. Pero el valor de la jueza Sandra Heredia hizo el milagro. Bien por ella.
No es el único milagro que hemos presenciado en los últimos años. Hasta 2022, cuando Gustavo Petro fue elegido presidente, Colombia era el único país latinoamericano donde nunca había triunfado la izquierda, y contra muchos pronósticos, se produjo el milagro.
Todos los intentos anteriores por destronar a la élite que controló el poder durante dos siglos fueron derrotados. El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán impidió la llegada al poder del caudillo que hace tres cuartos de siglo estuvo a punto de cambiar la historia. Alfonso López Pumarejo quiso hacer una revolución pacífica, pero solo consiguió impulsar unas reformas. Fracasaron, sobre todo, los intentos de realizar una reforma agraria para corregir la principal causa de la desigualdad social que todavía caracteriza al país.
El milagroso triunfo de Petro en 2022 fue posible, entre otras cosas, por las equivocaciones del establecimiento, la principal de las cuales fue apoyar a un candidato tan incompetente y cuestionado como Rodolfo Hernández para enfrentar a Petro en la decisiva segunda vuelta presidencial.
El establecimiento tardó en recuperarse del golpe, pero cundo lo hizo emprendió una batalla contra el nuevo gobierno comparable a la que libró contra el general Rojas Pinilla hace más de 70 años. Como en las célebres jornadas de mayo de 1957, en la oposición han participado los partidos tradicionales, los principales medios de comunicación que pertenecen a poderosos aliados de esos partidos y un sector del Congreso que inicialmente no contaba con la mayoría. En 1957, el pueblo participó en la lucha y hubo enfrentamientos en las calles. Hoy el pueblo no es protagonista.
Transcurridas tres cuartas partes del período presidencial de Petro, sin posibilidad de reelección por prohibición constitucional, la oposición ya está cantando victoria anticipada en la elección de 2026. Está pensando con el deseo. Nada está dicho sobre lo que podrá pasar en esa nueva confrontación.
Todavía no han surgido figuras sobresalientes con miras a la sucesión de Petro en ninguno de los dos bandos. Hay una veintena de aspirantes presidenciales en la oposición y en el lado del gobierno sin que exista un favorito. Ni uno solo.
Como telón de fondo de esta situación, Colombia sigue sufriendo diversas formas de violencia favorecida por la geografía del país, la mitad de la cual es selva virgen. Los grupos alzados en armas se han hecho fuertes en Antioquia, el Cauca, Santander, Chocó y otras regiones. El gobierno de Petro está jugado por la paz con todos, sin resultados hasta ahora. Desde el asesinato de Gaitán, llevamos más de 70 años de una guerra interna que no da señales de amainar.
Petro apostó al diálogo con todos los grupos armados, inclusive los de delincuencia común, y logró entablar conversaciones de paz con la mayoría de ellos. La oposición ha logrado bloquear su política de paz junto con sus ambiciosas reformas, pero Petro sigue empeñado en impulsarlas. Todo indica que habrá una interminable discusión ante la Corte Constitucional. Apenas a un año para el final del actual gobierno, lo más probable es que el conflicto no sea resuelto durante este mandato.
Si el triunfo del candidato izquierdista en 2022 fue considerado un milagro, solo otro milagro—que ojalá ocurra— haría posible que después de Petro llegue alguien que continúe su agenda progresista y su lucha por la paz.
Después de la hazaña electoral de 2022 y del ejemplar veredicto de la jueza Sandra Hernández, tenemos el derecho de esperar que en el país campeón de la impunidad sigan ocurriendo milagros.
Por Leopoldo Villar Borda
