No solo en el campo de la física toda acción genera una reacción equivalente, siguiendo la tercera ley de Newton. Así ocurre también con las acciones humanas. Lenta, pero seguramente, el mundo está reaccionando contra las agresiones que han marcado el comienzo de la segunda presidencia de Donald Trump.
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La Unión Europea, cuya identificación histórica con Estados Unidos no le impidió a Trump notificarle el aumento de los aranceles para sus productos de exportación al mercado estadounidense, advirtió que adoptará medidas firmes y proporcionadas ante las decretadas por la administración de Trump para los productos europeos. Igual respuesta han dado Canadá, México y China al anunciado aumento de los aranceles sobre sus exportaciones a Estados Unidos. Así, los principales actores en la guerra comercial declarada por Trump se aprestan a librarla en los mismos términos fijados por el ocupante de la Casa Blanca.
Como ocurre con cualquier guerra, ya sea en el campo de las armas o del comercio, los bandos enfrentados sufrirán las consecuencias y nadie se podrá declarar ganador. Como también suele ocurrir en las guerras, la principal oposición a las hostilidades está surgiendo en el interior del país agresor. Muchas de las medidas arbitrarias de Trump han sido demandadas exitosamente ante los jueces (entre ellas, la anulación de la ciudadanía por nacimiento, la congelación de fondos aprobados por el Congreso y el desmantelamiento de USAID) y en varias ciudades estadounidenses se han producido manifestaciones de protesta contra ellas.
Por otra parte, las amenazas de Trump a otros países están rebotando en su contra y enajenando a los aliados tradicionales de Washington. El sentimiento antiestadounidense ha crecido en todo el mundo y especialmente en los países que han sido blanco de aquellas amenazas como Canadá, México y Panamá. Un aliado que le queda a la Unión Norteamericana es Israel, cuyas ambiciones expansionistas son apoyadas y compartidas por la nueva administración estadounidense a riesgo de incendiar aún más al Mediano Oriente y llevar al planeta al borde de una catástrofe comparable a las dos guerras mundiales.
No sorprende la reacción generalizada de gran parte del mundo a las políticas adoptadas por el personaje que encarna mejor que nadie al protagonista de El americano feo (The ugly american), el libro de William Lederer y Eugene Burdick que describió la arrogancia, la incompetencia y los abusos de los intervencionistas estadounidenses durante la guerra impuesta por su país a las naciones del sudeste asiático.
La figura del ‘americano feo’ se convirtió en un símbolo de lo que llegó a representar Estados Unidos en esa y otras regiones del mundo por el afán de predominio que lo caracterizó y le ganó antipatías universales.
Una de las amenazas de Trump, la de ‘tomarse’ de nuevo a Panamá y su canal, nos recuerda el triste capítulo de la primera ‘toma’ protagonizada por Teodoro Roosevelt, que golpeó directamente a nuestro país al producir la separación de Panamá. Esos tiempos parecían haber quedado atrás definitivamente hasta cuando apareció en el escenario la antipática figura de Trump.
Ahora el mundo se enfrenta de nuevo con la superpotencia que quiere dominarlo todo. La amenaza es especialmente seria para los países débiles, como la mayoría de los latinoamericanos. Colombia ya recibió una advertencia con motivo de la deportación masiva de inmigrantes iniciada por el gobierno trumpista. La ausencia de una respuesta regional a la agresión de Trump contra nuestros compatriotas muestra la fragilidad de una América Latina desunida y, en consecuencia, imposibilitada para hacer frente a la nueva amenaza. Este es un momento propicio para promover la acción concertada de la región, de modo que pueda responder, como lo han hecho la Unión Europea y otros actores de primera línea en el escenario mundial a la más reciente y espectacular aparición del ‘americano feo’.