El papa, crucificado

Leopoldo Villar Borda
05 de septiembre de 2022 - 05:30 a. m.

Nadie está exento de provocar reacciones negativas y aun hostiles con sus acciones o palabras, aunque estas sean bien intencionadas. Lo acaba de sufrir en carne propia nadie menos que el papa Francisco y no solo en una sino en dos ocasiones sucesivas.

La primera fue con motivo de su reciente peregrinación al Canadá para pedir perdón a los indígenas de ese país por los abusos de la Iglesia católica contra los centenares de miles de niños de los pueblos originarios que fueron arrebatados a sus familias y recluidos en internados donde fueron maltratados y muchos de ellos murieron o desaparecieron. El papa se reunió con un numeroso grupo de líderes de aquellas comunidades y les pidió perdón en nombre de los miembros de la Iglesia católica que cometieron esos atropellos durante más de un siglo. Fue una emotiva ceremonia que les arrancó lágrimas a muchos de los asistentes, pero también gestos de disgusto por lo que algunos consideraron una expresión insuficiente de remordimiento. Las palabras del papa no consiguieron, en consecuencia, la reconciliación que el pontífice buscaba con los sobrevivientes y descendientes de las víctimas del empeño criminal de destrucción cultural y hasta física de ese cruel capítulo de la historia canadiense.

El segundo episodio en el que el papa se metió a redentor y salió crucificado ocurrió hace pocos días con motivo de la guerra en Ucrania. Hablando ante una peregrinación de monaguillos de Francia el día en que se cumplían seis meses de la invasión rusa, el papa deploró la muerte de inocentes en la guerra e incluyó entre ellos a Daria Dugina, la hija de Alexander Dugin, ideólogo ruso y amigo de Vladimir Putin, asesinada en cercanías de Moscú. Y ahí fue Troya.

El Gobierno de Volodimir Zelenski protestó inmediatamente ante el Vaticano, y el patriarca Kirill de Moscú, suprema autoridad de la Iglesia ortodoxa rusa, canceló su asistencia a una reunión interreligiosa en Kazajistán a la cual acudirá el papa Francisco y en la que estaba programado un encuentro de los dos jerarcas. Este iba a ser el segundo después del ocurrido en Cuba en 2016, que puso fin a un distanciamiento de un milenio tras el Gran Cisma del cristianismo entre Oriente y Occidente.

De este modo, el efecto de las palabras del papa fue el contrario del que buscó. No solo reavivó la hostilidad ruso-ucraniana, sino que agrió las relaciones del Vaticano con la Iglesia ortodoxa rusa, que respalda al Gobierno de Moscú porque considera que Rusia y Ucrania son un solo pueblo.

El asesinato de Daria Dugina desató un alud de acusaciones mutuas entre los dos países cuyos ejércitos están enfrentados en una lucha a muerte desde febrero pasado, pues Moscú acusó a los ucranianos de cometer el crimen y estos culparon a los servicios de inteligencia rusos. Al expresar sus sentimientos sobre el caso, el papa solo consiguió añadir leña al fuego y aumentar el resentimiento de Kiev contra el Vaticano porque este no ha condenado abiertamente la invasión rusa. El papa ha mantenido una posición discreta, al parecer con el fin de no cerrar la puerta a un diálogo que podría ser propiciado por él mismo.

Estos episodios confirman una trágica realidad que los colombianos conocemos muy bien. Hace mucho tiempo estamos viendo cómo es de difícil lograr la reconciliación entre víctimas y victimarios en un conflicto que ya se prolonga por casi tres cuartos de siglo. No menores son las dificultades que impiden esa reconciliación en otros enfrentamientos y lugares del mundo. No es algo que tenga nacionalidad ni color político. Está en la naturaleza humana, igual que el egoísmo, la envidia y el espíritu de contradicción y de discordia, encarnados desde la Antigüedad en el mito bíblico de Caín y Abel.

Leopoldo Villar Borda

Por Leopoldo Villar Borda

Periodista y corresponsal en Europa

 

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