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Quien revise las colecciones de los periódicos colombianos editados durante los tiempos de la guerra no declarada entre liberales y conservadores podrá observar que el registro de los hechos políticos y de orden público difería según la inclinación partidista de cada medio. Una era, por ejemplo, la versión publicada por El Tiempo y otra muy distinta la que aparecía en El Siglo.
Hace varias décadas, casi todos los medios colombianos adoptaron una neutralidad saludable, acorde con la necesidad nacional de abandonar los viejos odios y rencores que caracterizaban el contenido de casi todos los órganos de información en los años de La Violencia. Esto fue así hasta el ascenso del primer presidente de izquierda en nuestra historia.
Lo que se observa ahora es una casi completa uniformidad de la mayoría de los medios en su hostilidad hacia el gobierno de Gustavo Petro. El fenómeno abarca por igual, aunque en diversa medida, al contenido informativo y a los espacios de opinión. Para comprobarlo, basta examinar el tratamiento que se dio a la confrontación de Donald Trump con Petro, de la cual no se culpó al autor de la agresión que dio origen al altercado sino, increíblemente, al mandatario que respondió a la ofensa.
Ni siquiera la evidencia del maltrato al que fueron sometidos nuestros compatriotas en el proceso de su deportación de Estados Unidos condujo a periodistas y columnistas a señalar la arbitrariedad estadounidense como el ingrediente principal y el origen del conflicto. Ni hablar de los empresarios y dirigentes gremiales que se concentraron en el análisis de los efectos negativos que las sanciones anunciadas por Trump podrían causar a determinados sectores del país.
Esta asimetría contradice uno de los principios cardinales que debe respetar el buen periodismo. Es necesario que los medios la corrijan para que se aplique cabalmente la política de neutralidad que en buena hora adoptaron al dejar atrás las antiguas simpatías y antipatías partidistas y cumplan con el deber de registrar la diversidad de los hechos.
Una de las consecuencias indeseables de esta situación es la de propiciar la aparición del periodismo oficial, del cual ya se vislumbran algunas manifestaciones en nuestro medio. Se produce, así, una especie de pugilato entre los dos tipos de medios enfrentados, el cual solo conduce a desfigurar la realidad y confundir a la opinión pública.
La realidad no tiene una sola cara. La vida misma lleva implícita la contradicción. Noticias incompletas y opiniones sin matices están lejos de responder al primer mandato de los medios, que es el de presentar la verdad.
Soy consciente de que este llamado de atención me puede acarrear una lluvia de críticas y ataques. Sin embargo, lo hago porque en Colombia está haciendo falta una autocrítica de los medios, y esa autocrítica solo puede arrojar una conclusión: la de que no todos los órganos de información colombianos están respondiendo adecuadamente a los desafíos que presenta nuestra compleja realidad.
Son muchas las muestras de esta situación, entre las cuales una de las más notorias es el uso inadecuado del idioma. El empleo de una palabra equivocada puede alterar por completo el efecto en el lector, oyente o televidente de la versión que se le está transmitiendo.
Este es un momento oportuno para impulsar la creación de la Defensoría del lector, el oyente y el televidente, que se introdujo en nuestros medios hace algunos años, pero en lugar de generalizarse empezó a desaparecer. Bastante trabajo hay actualmente en el país para aquella figura que existe en todo el mundo y que sirve para garantizarle al público el buen desempeño de los medios. Bienvenida sería, pues ayudaría a corregir los males señalados en este escrito.
