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¿El poder para qué?

Leopoldo Villar Borda

20 de diciembre de 2021 - 12:10 a. m.

Ante las voces que se han levantado contra la posibilidad de algunas alianzas con miras a las elecciones presidenciales del año entrante, vale la pena recordar la célebre frase que pronunció Darío Echandía tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, cuando los jefes liberales pretendían que para enfrentar el caos en que se hundía el país era necesario que el presidente Mariano Ospina Pérez entregara el poder. “¿El poder para qué?”, dijo el maestro, como se le llamó por su sabiduría y su extensa cultura. En cuatro palabras resumió su desdén por el mando y al mismo tiempo la utopía de un acuerdo en un país incendiado y sin garantías.

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A Echandía no le faltó razón, pues el propósito que llevó luego a los liberales a participar en el gobierno conservador se frustró muy pronto y la espiral de violencia llegó a los extremos que conocemos. Hoy el escenario es distinto, pues la vía electoral está abierta a todas las corrientes de opinión y la multiplicidad de partidos y movimientos hace necesarios los acuerdos para alcanzar el poder. Lo esencial es que las alianzas se hagan sobre programas y con compromisos concretos, así como con la voluntad de cumplirlos.

En una columna reciente en este diario, Federico Gómez Lara cuestionó la decisión del Pacto Histórico (léase Gustavo Petro) de aceptar el apoyo del pastor cristiano Alfredo Saade y buscar una posible alianza con el exgobernador de Antioquia Luis Pérez; el primero, por sus posiciones conservadoras y el segundo, por sus antecedentes políticos. La columna planteó un tema discutible de mucha actualidad, no solo en Colombia sino en otros países donde las divisiones políticas hacen indispensables las coaliciones. Por ejemplo, en Alemania.

A primera vista, cualquiera podría señalar como irrealizable un acuerdo entre las tres fuerzas políticas que se comprometieron a trabajar unidas en el gobierno que acaba de suceder al de Angela Merkel: el Partido Socialdemócrata (SPD), que nació como una organización obrera con raíces marxistas y hoy se autocalifica de centroizquierda; el Partido Democrático Libre (LDP), defensor de la libertad económica y enemigo de las regulaciones, claramente situado en la centroderecha; y el partido de Los Verdes, que sin ser antagonista de los otros sostiene principios más radicales que ellos en materias como la política ambiental y la equidad de género. Sin embargo, los tres forjaron un programa común que comenzó a ser puesto en ejecución bajo el liderazgo del socialdemócrata Olaf Scholz, cuyo partido ganó las elecciones de septiembre, pero no obtuvo la mayoría suficiente para gobernar solo.

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Fueron necesarios tres meses de negociaciones para lograr el acuerdo que servirá de norte a la Coalición del Semáforo, como fue bautizada por los colores de los socios (rojo del SPD, amarillo del LDP y verde de Los Verdes). Este solo dato indica que debieron hacerse muchas concesiones mutuas para formalizar el pacto. Su decisión de cumplirlo no se pone en duda, pues los tres partidos son conscientes de que un incumplimiento será castigado por los electores en las urnas.

Podría decirse que algo así no es posible aquí por la falta de transparencia (para decirlo suavemente) que permea el mundo político colombiano. Sin embargo, no deberían ser imposibles los acuerdos entre partidos o movimientos si se actúa de buena fe. No estamos en el país de ángeles para el cual, según la afirmación que se atribuyó a Victor Hugo, se promulgó la libérrima Constitución de 1863, pero esto no impide intercambiar ideas y propuestas para buscar alianzas o conformar coaliciones políticas.

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Lo importante es que los acuerdos no tengan como única finalidad llegar al poder sin objetivos como cambiar la sociedad, reformar las instituciones o corregir sus fallas. De lo contrario, como lo enseñó Echandía, de nada serviría sumar votos y asegurar el triunfo.

Por Leopoldo Villar Borda

Periodista y corresponsal en Europa
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