Como informó El Espectador en una nota publicada el domingo 15 de septiembre pasado, el arte ha asumido la defensa del Hospital San Juan de Dios, uno de los principales tesoros del patrimonio histórico de Bogotá; una joya que el alcalde Enrique Peñalosa quiso destruir, afortunadamente sin éxito, en la misma forma en que pretendió, también sin lograrlo, demoler los columbarios del Cementerio Central en los que Beatriz González plasmó nueve mil obras de arte para honrar la memoria de los muertos anónimos de la interminable guerra interna colombiana.
María Elvira Escallón bautizó con el título que encabeza esta columna una exposición que abre los ojos y despierta la conciencia de todo el que la vea sobre el imperdonable abandono en que se encuentra el San Juan de Dios, uno de los principales complejos arquitectónicos del patrimonio histórico de la capital y también del país. Basta contemplar la exposición para reflexionar sobre lo que significó este emblemático hospital en la historia de Bogotá y de la ciencia médica colombiana, así como sobre el desprecio de algunos funcionarios por la memoria histórica y la necesidad de preservarla para beneficio de las nuevas generaciones.
El valor patrimonial del hospital se cae de su peso con la sola consideración de que el imponente conjunto arquitectónico que estuvo a punto de caer víctima de la fatal “piqueta del progreso” fue el corazón de una de las pocas instituciones bogotanas con casi medio milenio de existencia. Pero este no es el único argumento para afirmar la necesidad de conservarlo. Tan valiosa como sus méritos arquitectónicos es la historia de su servicio a la población de menores recursos y su aporte a la ciencia médica en los tiempos en que esta iniciaba el proceso de su modernización.
La suerte del San Juan de Dios ha quedado sujeta a un litigio que debería ser resuelto en favor de los intereses superiores de la nación. Tecnicismos y leguleyadas no deben ser los instrumentos indicados para determinar el futuro del hospital, como no lo fueron los buldóceres que antes se quisieron emplear para demoler uno de los símbolos más importantes de la historia de Bogotá y de la medicina colombiana. Nada menos que el primer centro de salud pública y de investigación científica médica que funcionó en la capital.
Entre los responsables de decidir el futuro del San Juan de Dios deberían prevalecer estas consideraciones en lugar de los deleznables argumentos que están esgrimiendo quienes quieren hacer borrón y cuenta nueva con una institución que debe ser motivo de orgullo para todos los colombianos.
La preservación del San Juan de Dios no solo salvará una parte importante de la memoria histórica de Bogotá. También entrañará un beneficio para los miles de bogotanos que podrían beneficiarse con sus servicios si en lugar de demolerlo se adoptan las modificaciones necesarias para ponerlo en funcionamiento de nuevo. Los amplios espacios del complejo, que sirvieron durante muchos años para atender a la población necesitada, adelantar valiosas investigaciones y dotar así a la capital de un centro médico de excelencia pueden ser aprovechados en el futuro si se impone la visión positiva de quienes defienden su historia y propugnan por su salvación. Con el criterio adecuado y la voluntad decidida de proteger lo que el hospital representó y puede seguir representando para Bogotá y la ciencia médica colombiana debería ser posible sacarlo de la postración en que se encuentra y que María Elvira Escallón representó tan acertadamente en la obra expuesta en el Museo del Banco de la República.