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La suerte está echada: Gustavo Petro se la juega por la constituyente. Así quedó en claro después de sus últimos discursos, especialmente el que pronunció el viernes 3 de octubre en la plaza Murillo Toro de Ibagué. La clamorosa y entusiasta respuesta de la multitud que colmaba la plaza mostró que a los seguidores del presidente no les resultará difícil recoger los dos millones y medio de firmas que se necesitan para que la convocatoria de la asamblea sea un mandato popular.
Como Petro lo manifestó el mismo día, la intención no es adoptar una nueva constitución ni hacerle grandes reformas a la de 1991 sino obtener la aprobación de las propuestas sociales que el gobierno del Pacto Histórico sometió al congreso y que este no aprobó.
El tortuoso curso de las reformas en las cámaras legislativas indicó que con la relación de fuerzas que prevalece hoy en la política nacional, desfavorable para quienes desean hacer cambios de fondo en nuestra sociedad, no será posible sacarlas adelante en los meses que restan del mandato de Petro. La iniciativa de la constituyente abre la posibilidad de que el progresismo alcance con esa bandera una nueva victoria en las elecciones del año entrante y consiga mantenerse en el poder para realizarlas.
Aunque en la plaza de Ibagué y en otros lugares se escucharon voces en favor de la reelección de Petro, el mandatario ha descartado siempre esa opción, imposible a la luz de la prohibición constitucional. Esto no significa que el progresismo tenga cerrado el camino para elegir un sucesor que mantenga el programa de Petro e impulse sus reformas.
Esta es la ruta que Petro está señalando a sus seguidores cuando agita la propuesta de convocar una constituyente que salve su programa. Si el candidato progresista que triunfe en las próximas consultas llega a la segunda vuelta presidencial y sale airoso de ella, como lo hizo Petro, lo que a muchos les parece imposible puede llegar a ocurrir.
Diez meses son un tiempo largo en política. De aquí a la elección del sucesor de Petro pueden ocurrir muchas cosas. No sabemos cuál de los precandidatos del Pacto Histórico llegará hasta el final, pero cualquiera que sea tendrá muchas posibilidades de ganar si enarbola con firmeza las banderas que llevaron a Petro a la presidencia y que este sigue defendiendo con el aplauso de una considerable masa de seguidores.
Si la gran manifestación de Ibagué es un buen termómetro, la ventaja del progresismo es hoy, por lo menos, la misma que le garantizó el triunfo en 2022. Esto fue fácil de apreciar para quienes vieron este y otros eventos semejantes en distintas ciudades transmitidos por la televisión pública, única que registra a plenitud las apariciones de Petro en las plazas, pues la televisión privada y los demás medios tradicionales, empeñados en una guerra sorda contra el Pacto Histórico, no informan sobre las salidas públicas de Petro y, cuando lo hacen, se limitan a registrar lo que les sirve para criticarlo.
Petro se estrelló contra el mismo muro de resistencia conservadora que frenó los impulsos reformistas de Alfonso López Pumarejo hace casi 90 años (¡90 años!) y los de Carlos Lleras Restrepo hace seis décadas.
Es temprano para despejar las incógnitas electorales que se resolverán en 2026, pero ya hay una cosa clara: Petro y el Pacto Histórico “picaron en punta”, como se dice en las carreras de caballos, y lo hicieron con la bandera de la constituyente mientras sus rivales todavía están enredados en las escaramuzas iniciales para tratar de llegar con un candidato único a la elección presidencial. Es mucha el agua que correrá bajo los puentes antes de que alcancen esa meta.
Hoy las cargas entre el gobierno y la oposición están más equilibradas que en la ocasión anterior, en la que muy pocos se atrevieron a vaticinar el triunfo de Petro. Esta vez el progresismo tomó la iniciativa y ya sacó una ventaja al poner a los colombianos en modo constituyente.
