El escándalo internacional que desató la amenaza de un ataque nuclear israelí a la Franja de Gaza, proferida por un ministro del gabinete de Benjamin Netanyahu, desnudó la hipocresía de quienes se rasgaron las vestiduras ante semejante exabrupto, pero han callado ante las atrocidades que el Ejército de Israel ha venido cometiendo desde hace meses contra la población palestina.
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El genocidio de palestinos que el mundo ha presenciado desde octubre pasado no es una tragedia menor por el hecho de que en su perpetración no se empleara la capacidad atómica de Israel. Por su intensidad y sevicia, es comparable a otras ofensivas militares contra poblaciones inermes, como la de Guernica, la localidad vasca bombardeada el 26 de abril de 1937 por aviones de la Legión Cóndor alemana cuando se libraba la guerra civil española. Esa acción —que dio origen a un cuadro de Pablo Picasso catalogado entre las principales obras maestras de la pintura occidental— dejó más de 1.500 víctimas, mostró la complicidad de los nazis con Francisco Franco, el jefe de la rebelión contra el gobierno republicano español que con ayudas como esa logró vencer, asumir la dictadura y convertirse en una de las figuras más detestables de la historia contemporánea.
Entre la ofensiva israelí contra Gaza en la que se han arrojado sobre los palestinos más de 20.000 toneladas de explosivos y la “opción” nuclear, como la llamó el ministro israelí, no hay una diferencia sustancial sino de grado. Sabemos que la detonación de una bomba nuclear, así sea de las llamadas ‘tácticas’, produce efectos catastróficos en un espacio de grandes dimensiones y puede causar la muerte instantánea de miles de personas, además de afectar con la radiación a muchos miles más. No son solo la bola de fuego y la onda expansiva que literalmente calcinan en segundos a los habitantes en una enorme superficie, sino también las consecuencias que los sobrevivientes de las regiones aledañas sufren de por vida, como se ha documentado en los casos de Hiroshima y Nagasaki.
La declaración del ministro israelí confirmó un secreto a voces que el Gobierno de su país no ha querido revelar y que Estados Unidos, su mejor aliado, tampoco admite públicamente, aunque es de suponer que fue con su ayuda que el Estado israelí adquirió la capacidad de fabricar artefactos nucleares.
Además, puso de presente la inefectividad de los tratados que se han suscrito contra la proliferación de las armas nucleares. Es algo muy preocupante, si se tiene en cuenta la cantidad de conflictos que involucran directa o indirectamente a las grandes potencias, como Estados Unidos, Rusia y China, sin hablar de países de menor peso en el escenario internacional, pero con capacidad atómica comprobada, como Irán, Corea del Norte e Israel.
Estamos regresando a los peores momentos de la Guerra Fría, en la que la humanidad vivía bajo la amenaza constante de una conflagración que podía borrar toda manifestación de vida en la Tierra. Ya no se trata solamente del peligro de que estalle la tercera guerra mundial, sino del riesgo que entraña para millones de personas cualquiera de los conflictos que involucran a países con la capacidad de destrucción que implica la posibilidad de utilizar armas nucleares.
La declaración del ministro israelí es una advertencia que debe ser tomada en serio, con mayor razón cuando hemos visto la forma en que Israel ha desencadenado su poderío militar contra pueblos enteros sin contemplaciones de ninguna clase. La barbarie contra la Franja de Gaza se puede equiparar al cobarde y salvaje bombardeo de los nazis contra Guernica. Lo que está por verse es si la agresión israelí puede convertirse también en un equivalente de Hiroshima.