En dos momentos críticos de su historia, Estados Unidos ha estado a punto de caer bajo el dominio de una dictadura.
El primero fue en 1932, cuando Franklin Delano Roosevelt ganó la elección presidencial y muchos políticos influyentes, medios de prensa y ciudadanos del común le pidieron que asumiera poderes dictatoriales para enfrentar los peligros que amenazaban al país: la grave crisis económica que pasó a la historia con el nombre de la Gran Depresión y la amenaza externa que representaba el ascenso de Hitler al poder en Alemania.
El segundo momento crítico es el de ahora, cuando se vislumbra la posibilidad de que Donald Trump triunfe en la elección de noviembre próximo a pesar de sus problemas con la justicia. En su caso, él mismo ha anunciado que si gana la presidencia la ejercerá con plenos poderes para imponer su voluntad.
La diferencia no puede ser más clara ni la perspectiva más alarmante. El presidente elegido en 1932 desatendió los cantos de sirena que lo invitaban a asumir la dictadura y prefirió mantenerse dentro de los límites de la Constitución a pesar de las circunstancias excepcionales que vivían el país y el mundo en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. En cambio, el posible regreso de Trump a la Casa Blanca significaría el ocaso de la democracia.
El desempeño de Roosevelt en la presidencia, que incluyó su liderazgo en la guerra que puso fin al nazismo y el fascismo en Europa, llevó a los estadounidenses a elegirlo por cuatro períodos sucesivos, caso único en la historia. La poliomielitis que lo confinó a una silla de ruedas no le impidió convertirse en el mejor presidente en la historia estadounidense según los juicios más autorizados.
Trump, en cambio, solo se ha destacado por su arrogancia, su racismo, su lenguaje vulgar y su desprecio por la ley. No estudió en Harvard y Columbia, como Roosevelt. Su vida ha sido la de un negociante codicioso, dueño de hoteles y casinos, y amigo de la ostentación.
Los medios estadounidenses han escudriñado los planes del magnate, que se apoderó del Partido Republicano, en caso de resultar elegido este año y han publicado con pelos y señales las acciones que el propio Trump dice que adelantará si regresa a la Casa Blanca. No han tenido que hacer mucho esfuerzo para averiguarlos porque el hombre habla hasta por los codos con todo el que lo quiera oír y repite incansablemente que de ser elegido no respetará leyes ni tratados.
Una de las acciones anunciadas es la deportación de todos los inmigrantes ilegales, cuyo número se calcula en 11 millones de personas. Para ello ha dicho que utilizará la Guardia Nacional y, de ser necesario, el Ejército. Otra es el perdón para los condenados por el asalto al Capitolio de Washington el 6 de enero de 2021, un acto de insurrección sobre el cual falta por determinar el grado de complicidad del mismo Trump, quien alentó públicamente a los asaltantes.
Trump sigue sosteniendo que hace cuatro años le robaron la elección y que, en consecuencia, el presidente Joe Biden es un mandatario ilegítimo. Seguramente este año también se declarará triunfador, cualquiera que sea el resultado. Esto hace temer una crisis de orden público, pues sus seguidores están dispuestos a rebelarse, como lo hicieron en 2021, si su jefe no es declarado ganador.
Las alarmas están prendidas en todo el planeta, que no puede ignorar lo que pasa en el país que se autoproclamó hace casi un siglo como el líder del mundo libre. La decisión del jurado de Nueva York que declaró culpable a Trump de 34 cargos enfureció a sus seguidores, pero esto no significa que tenga asegurada la victoria en noviembre. Bastará que un número suficiente de votantes indecisos prefieran al presidente Biden para que termine, al fin, la pesadilla que significó su presencia en el escenario político de la superpotencia.