La pequeña dimensión política y moral del personaje dista mucho de las que tenía la mayoría de los senadores de la antigua república romana y en especial el orador al que se alude en seguida. También es muy grande la distancia entre nuestro desprestigiado Congreso y el augusto senado romano de los tiempos del César. Pero a pesar de las diferencias y del innegable aserto de que todas las comparaciones son odiosas, los incidentes que suele protagonizar el novato representante colombiano a la Cámara en su afán de figurar y causar escándalo hacen pensar en la célebre pregunta que Cicerón dirigió hace más de dos mil años en el senado romano al conspirador Catilina: “¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?”
El abuso, en el caso colombiano, llegó a un extremo intolerable hace pocas semanas cuando el representante que ha ganado justa fama de chabacano y vulgar insultó la memoria de las víctimas de los llamados falsos positivos y a sus familias al atacar una muestra simbólica de esos crímenes que había sido colocada en la plazoleta del Capitolio en homenaje a las víctimas. Diciendo que la obra debía ir a la basura, colocó en una bolsa unas botas incluidas en la muestra artística como elemento figurativo para arrojarlas a la basura y grabó todo en un video para publicar su acción, que el Centro Nacional de Memoria Histórica calificó justamente de infame.
El caso no solo es condenable, sino también muy triste porque refleja la deletérea influencia que ejercen sobre quienes carecen de formación ética las mentiras con las que todavía se niega o se pretende justificar la ejecución de los crímenes atroces cometidos por la fuerza pública y representados en la muestra artística puesta en la plazoleta del Capitolio.
Ya el hecho de que miembros de las fuerzas militares cometieran los asesinatos mal llamados falsos positivos fue suficiente motivo de indignación nacional y de vergüenza para que además alguien se atreva a ignorar o, peor aún, justificar aquellas atrocidades. Es un agravante adicional que quien cometa semejante atrevimiento sea un personaje que ocupa una curul en una de las cámaras del poder legislativo. Y todavía más injurioso, como síntoma de descomposición de la sociedad colombiana, que la reprochable acción sea tolerada o vista con indiferencia por muchos compatriotas entre quienes prevalece la apatía frente a la tragedia nacional o la tácita complicidad con quienes comparten con su autor una obvia simpatía por el sector político que gobernó a Colombia en los años en que se consumaron aquellos delitos.
El lenguaje descalificador utilizado por el representante en su video y su agresión contra las madres de Soacha y tantos otros familiares de los miles de jóvenes asesinados por el Ejército y presentados como bajas en combate muestran una de las peores caras del conflicto que Colombia está sufriendo desde hace mucho tiempo. Es la cara de la impunidad y la desfachatez de los victimarios que se levanta como un muro infranqueable para impedir que se conozca toda la verdad y se identifique y castigue a todos los responsables de la ignominia que manchó para siempre el nombre de Colombia ante el mundo.
Ignoramos si las directivas de la Cámara de Representantes han contemplado la sanción que merece el miembro de la corporación que incurrió en tan deleznable conducta y ofendió con ella la memoria de los miles de víctimas del peor crimen de Estado perpetrado en la historia del país. El autor del desatino enlodó el nombre del país y el de la institución a la que pertenece. Si las directivas de la Cámara no han procedido a sancionarlo, es imperativo que lo hagan cuanto antes para que la gravísima falta no quede sin castigo. Es lo menos que se puede pedir ante el enorme daño que el causante de este escándalo infligió a la memoria de las víctimas, a sus familiares, a la corporación legislativa a la que pertenece y al pueblo representado en ella.