Con el título de esta columna apareció en abril de 2018 en el periódico De la Urbe, de la Universidad de Antioquia, un artículo que mereció el Premio de Periodismo Simón Bolívar en la categoría de Periodismo Investigativo en Prensa.
El artículo, elogiado como un meritorio ejemplo del espíritu investigativo de los periodistas de aquella universidad, fue una valiosa contribución a la defensa de un derecho fundamental consagrado en la Constitución de Colombia: el que tienen los ciudadanos de recibir información veraz e imparcial.
El artículo reveló una confabulación urdida en el seno de la Alcaldía de Medellín para crear cuentas y perfiles falsos en las redes sociales para hacer propaganda a la administración de Federico Gutiérrez y difundir noticias falsas contra sus adversarios políticos. Hubo denuncias sobre falsas inculpaciones que algunos llamaron “falsos positivos judiciales”.
Este antecedente, que bastaría para deslegitimar la aspiración de cualquiera a un cargo de elección popular, fue parte del programa de la Alcaldía de Gutiérrez, con el que se promovió como un combatiente contra la delincuencia común, las bandas criminales y el narcotráfico, y construyó el trampolín para aspirar a la Presidencia de la República.
Como pasa siempre en Colombia con los escándalos, la noticia se divulgó y los medios le hicieron seguimiento por unos días, pero después se abandonó. Ante el avance de la campaña presidencial y el protagonismo que Gutiérrez ha adquirido en ella, es bueno revivirla para refrescar la memoria de los electores sobre los antecedentes del candidato.
Las credenciales de Gutiérrez como defensor de la ciudadanía también fueron desmentidas cuando su secretario de Seguridad, Gustavo Villegas Restrepo, fue capturado en 2017 y condenado por sus relaciones con bandas criminales y, en especial, con la llamada Oficina de Envigado, heredera del tenebroso imperio de Pablo Escobar. Aunque tras su condena logró un preacuerdo con la Fiscalía y obtuvo la rebaja de su pena, este preacuerdo dejó muchas dudas, como lo reseñó El Espectador en una información publicada el 1° de mayo pasado.
En vista de lo anterior, hay que reconocer la coherencia del guion que le fabricaron a Gutiérrez para la campaña presidencial, concebido con el evidente propósito de proyectar una imagen parecida a la de Álvaro Uribe. Aunque el resultado se quedó corto, porque el personaje que hoy enarbola las banderas de la derecha se parece cada día más a Iván Duque.
La diferencia es que, de coronar en esta ocasión, Fico no cometería los mismos errores de Duque al nombrar, por ejemplo, gente inexperta en el gabinete ministerial, sino políticos avezados que le ayuden a “salvar” la democracia colombiana de los horrores del progresismo. Bajo la apariencia populachera de su lenguaje de gamín y su atuendo reguetonero se oculta un talante autoritario y a la vez populista, que no por casualidad complace a la corriente más radical del uribismo.
La personalidad y el comportamiento de Gutiérrez fueron evidentes desde 2016, cuando llegó a la Alcaldía de Medellín. Tras su desparpajo y su bien planeado descuido del peinado hay una pasión contra todo lo que sea contrario a la ideología de derecha. No es solo una cuestión de estilo, como se demostró con los escándalos de la “bodega” y de su secretario de Seguridad.
Pero aun sin entrar a juzgar su desempeño en la Alcaldía, el gran lunar de Fico es lo que representa en la política nacional. Como lo dijo Francia Márquez respecto a César Gaviria, su principal problema es que es “más de lo mismo”. Por eso ellos se juntan. De un gobierno suyo no se podrían esperar grandes cambios, ni siquiera “caras nuevas en los carros ministeriales”, como se decía en mejores tiempos. Además de que con él en la Casa de Nariño estaríamos expuestos a la reaparición, esta vez a escala nacional, de la bodega de Fico.