Ricardo Silva Romero nos recuerda en su último libro una historia que los colombianos no deberíamos olvidar jamás: la del holocausto del Palacio de Justicia, posiblemente la peor muestra de barbarie que se ha producido en este país de bárbaros. Lo hace en forma de novela, en la que mezcla lo que todos sabemos sobre esa tragedia con lo que imagina que pasó en el infierno desatado por la toma del palacio por el M-19 el 6 de noviembre de 1985.
Los que presenciamos ese espantoso acontecimiento en vivo y en directo por las transmisiones de la televisión conservamos en la memoria las imágenes del palacio rodeado por el ejército, bombardeado e incendiado y las grabaciones que registraron la salida de los que se salvaron del infierno, en algunos casos solo por unas horas porque después aparecieron muertos. Son imágenes que no se borrarán, como la del cadáver de Jorge Eliécer Gaitán, la del cuerpo de Juan Roa Sierra arrastrado por la turba en la carrera séptima de Bogotá y las de tantas otras víctimas de la violencia publicadas con escalofriante regularidad por los medios durante los largos años en que el país de la vida y la belleza fue solo el país de la muerte.
El trabajo literario de Silva Romero es un aporte muy valioso a la tarea de rescatar nuestra historia y honrar la memoria de las víctimas de nuestro eterno conflicto. Además de revivir la confrontación del ejército con la guerrilla, recuenta lo que ocurría en el alto gobierno y lo que el autor imagina que pasaba por la mente del presidente Belisario Betancur mientras los militares asumían el control de la situación.
Existen otros textos que buscan revivir nuestra historia, como la trilogía escrita por Miguel Torres sobre el 9 de abril. A semejanza de Silva Romero, en sus tres novelas Torres narra lo que él cree que motivó el asesinato de Gaitán, lo que piensa que pasó el día del crimen del siglo y lo que éste trajo como consecuencia porque la forma en que sucedieron los hechos nunca pudo ser reconstruida por completo.
Al igual que Silva Romero y Torres, cada colombiano tiene su propia idea de lo que fueron esos trágicos episodios. En el caso del Palacio de Justicia, cada uno tiene su propia versión del desenlace y de la suerte de los desaparecidos, pues aún hay puntos oscuros sobre los hechos en el interior del palacio desde la toma guerrillera hasta la mortandad de los magistrados y los demás civiles atrapados junto con los guerrilleros en la ratonera en que se convirtió el palacio hasta su destrucción como punto final de la tragedia. La maestría de Silva Romero le permitió producir un relato sin pausas que mantiene la atención del lector a lo largo de sus 399 páginas, revive el drama con pelos y señales tal como consta en la información conocida adobada por lo que le dictó su imaginación, y lo sitúa en el contexto de la realidad que Colombia vive desde hace más de tres cuartos de siglo. Es ficción, pero también es historia.
El libro de Silva Romero debería ser incluido en el pénsum de los colegios públicos y privados y discutido por profesores y alumnos para despertar el interés de las futuras generaciones en los hechos que han definido nuestra nacionalidad. Por desgracia, estos no son solamente los protagonizados por los primeros habitantes de nuestro territorio, los fundadores de nuestras ciudades, los héroes de la guerra de independencia y los actores de nuestra vida republicana. Son, también, los de quienes han salpicado de sangre la tierra que los vio nacer, en una interminable guerra fratricida que alcanzó un nivel inverosímil de salvajismo en el Palacio de Justicia.
El mérito de Silva Romero es haber reconstruido uno de los capítulos más tristes de la vida colombiana con una prosa fluida y amena accesible para todo el que quiera repasar ese dramático episodio. Son suficientes razones para recomendar su lectura.