La política alemana está tan agitada como la nuestra, después de unas elecciones tan importantes en la historia de ese país como las que tendremos en Colombia el año entrante. Tras 16 años en el poder, Ángela Merkel se dispone a entregar el mando al socialdemócrata Olaf Scholz, cuyo partido superó al de la canciller, la Unión Demócrata Cristiana (CDU), en las elecciones del 26 de septiembre. Aquí también vivimos el ocaso del uribismo, esa nueva hegemonía conservadora con dos décadas de duración que como pintan las cosas es probable que tenga que ceder el poder.
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El reemplazo de Merkel se decidió por una diferencia muy pequeña, pues el Partido Socialdemócrata (SPD) solo recibió el 25,7 % de los votos contra el 24,1 % de la CDU. Según las reglas del gobierno federal, el candidato ganador necesitará la mayoría del parlamento para formar gobierno y Scholz adelanta negociaciones con los otros partidos para constituir la coalición llamada “del semáforo” por los colores de los tres partidos que la formarían: el rojo del SPD, el verde del Partido Verde y el amarillo del Partido Democrático Libre (FPD), defensor del capitalismo democrático.
Aunque entre el SPD y la CDU no existen grandes diferencias –de hecho, gobernaron juntos en tres de los cuatro períodos de Merkel y Scholz fue su vicecanciller–, el relevo en la cancillería significará un giro hacia la izquierda sin sobresaltos para la política del país más rico y poblado de la Unión Europea (UE).
La consecuencia más importante de las elecciones fue la consolidación de las fuerzas de centro (centro izquierda del SPD y centro derecha de la CDU), que superaron ampliamente a los extremos: la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), el partido neonazi que surgió en los últimos años como la principal amenaza para la democracia alemana, y el partido Linke (Izquierda), sucesor del Partido Comunista que gobernó en la antigua Alemania Oriental. Con el 10 % de los votos para la AfD y el 5 % para la Izquierda, estos partidos quedaron rezagados frente a los mayoritarios y aun de los Verdes, que pasaron del 15 %.
Estos no fueron los únicos cambios generados por la votación en el mapa político alemán. El principal y el más sorprendente fue el ascenso del SPD, que fue un protagonista formidable en el siglo pasado, pero en las contiendas de la última década perdió fuerza por la incapacidad de sus líderes, a semejanza del Partido Liberal en Colombia.
Como ocurre en nuestro país, la principal preocupación de los analistas políticos tenía que ver con el posible crecimiento de los extremos, que finalmente no se dio. En medio de estos, el SPD, la CDU y la Alianza Verde ocuparon la mayor parte del espacio electoral. Los Verdes han sido la revelación positiva de los últimos tiempos y serán un aliado clave en el próximo gobierno.
La decisiva elección en Alemania ofrece una enseñanza que los políticos –y más aún, los votantes– podrían aprovechar aquí. Los alemanes prefirieron a las fuerzas de centro en lugar de los extremos. Un centro de verdad, como el representado por el SPD y la CDU, y no un populismo derechista disfrazado de centro, como el uribismo en Colombia.
Alemania ha sufrido desgracias mayores que Colombia –nada menos que la dictadura nazi con todos sus horrores–, pero en su renacimiento democrático ha dado ejemplo a Europa y al mundo sobre la forma en que debe funcionar un Estado respetuoso y eficiente. El gobierno de Ángela Merkel fue un paradigma de esa realidad y todo indica que el próximo gobierno no se desviará del camino. Ahora los alemanes empiezan a vivir una transición en la que se está imponiendo el buen sentido, como es deseable que ocurra en Colombia.