Leviatán del siglo XXI
Leopoldo Villar Borda
Por fin alguien le está saliendo al paso a la dictadura mundial de Amazon, Google, Facebook y Microsoft, los monstruos cibernéticos que personifican la inteligencia artificial. Los medios internacionales dan cuenta de que la Unión Europea (UE) empieza a actuar contra el nuevo Leviatán a cuya cabeza están esas empresas y al que también pertenecen miles de otras compañías que utilizan la inteligencia artificial para prestar o administrar todo tipo de servicios y hallar la solución a toda clase de problemas.
Lo anterior sería una bendición si no se hubiera convertido en la práctica en un dolor de cabeza para miles de millones de personas en todo el mundo. Ya lo había advertido el sabio Stephen Hawking, uno de los cerebros privilegiados del último siglo, al calificar la inteligencia artificial como la mayor amenaza para la humanidad. Como la bestia bíblica con la que Thomas Hobbes comparó al Estado hace casi cuatro siglos, el nuevo gigante invade silenciosamente los espacios y sustituye a las personas hasta en las actividades más triviales con la promesa de hacernos la vida más fácil, pero poco a poco está privando al ser humano del poder de decisión sobre sus asuntos y de algo tan vital como la comunicación con los demás. Peor aún, pretende sustituir a los gobiernos, como lo señaló hace poco The New York Times refiriéndose a abusos como el de Facebook sobre el control de sus cuentas y el de Uber al imponer sus propias reglas laborales.
Hay grandes dudas acerca de si puede existir una inteligencia artificial justa y ética. Una de las principales se refiere a su aplicación en los campos de la política y el orden público. Se ha creado un campo de batalla en el que los Estados se encuentran en desventaja frente a los algoritmos que imponen su dominio en áreas que van desde la conducción del tránsito en las ciudades hasta la administración de los servicios financieros. A la batalla ha entrado con todas sus armas la UE, marcando una pauta que debería seguir el resto del mundo.
El toque de corneta para emprender la lucha correspondió a Margrethe Vestager, la vicepresidenta de la Comisión Europea, quien lanzó en abril una iniciativa para poner límites a la inteligencia artificial en aplicaciones como los vehículos autónomos, los procesos judiciales, la contratación de empleados y la matrícula de estudiantes. La propuesta contempla la prohibición de otros usos como el reconocimiento facial en espacios públicos.
Si el proyecto es aprobado por los 27 países miembros de la UE, los proveedores de inteligencia artificial estarán obligados a documentar la existencia de sistemas de control de riesgo en la creación y aplicación de sus tecnologías, así como garantizar los derechos de los usuarios en su forma de operación y de toma de decisiones. Alemania ya abrió otro frente en esa batalla al iniciar un procedimiento contra Google y anunciar otros contra Facebook y Amazon por ocupar posiciones en el mercado que dificultan la libre competencia.
La UE ya ha adoptado normas de protección de la intimidad, de moderación de contenidos y contra los monopolios en el mundo digital, con las cuales ha sentado precedentes contra el arma de doble filo que constituye la inteligencia artificial. Es innegable que ella ofrece ilimitadas posibilidades de sustituir el trabajo humano, pero entraña peligros también ilimitados.
Sus creadores y promotores la defienden, pero muchos en la sociedad civil la atacan. Para estos es como la bestia que aparece en la Biblia, descrita por Job como un dragón que arroja fuego por la boca y humo por las narices. Lo que está en juego es si la capacidad de la humanidad para enfrentarla será tan frágil como la que ha mostrado ante el otro monstruo que describió Hobbes.
Por fin alguien le está saliendo al paso a la dictadura mundial de Amazon, Google, Facebook y Microsoft, los monstruos cibernéticos que personifican la inteligencia artificial. Los medios internacionales dan cuenta de que la Unión Europea (UE) empieza a actuar contra el nuevo Leviatán a cuya cabeza están esas empresas y al que también pertenecen miles de otras compañías que utilizan la inteligencia artificial para prestar o administrar todo tipo de servicios y hallar la solución a toda clase de problemas.
Lo anterior sería una bendición si no se hubiera convertido en la práctica en un dolor de cabeza para miles de millones de personas en todo el mundo. Ya lo había advertido el sabio Stephen Hawking, uno de los cerebros privilegiados del último siglo, al calificar la inteligencia artificial como la mayor amenaza para la humanidad. Como la bestia bíblica con la que Thomas Hobbes comparó al Estado hace casi cuatro siglos, el nuevo gigante invade silenciosamente los espacios y sustituye a las personas hasta en las actividades más triviales con la promesa de hacernos la vida más fácil, pero poco a poco está privando al ser humano del poder de decisión sobre sus asuntos y de algo tan vital como la comunicación con los demás. Peor aún, pretende sustituir a los gobiernos, como lo señaló hace poco The New York Times refiriéndose a abusos como el de Facebook sobre el control de sus cuentas y el de Uber al imponer sus propias reglas laborales.
Hay grandes dudas acerca de si puede existir una inteligencia artificial justa y ética. Una de las principales se refiere a su aplicación en los campos de la política y el orden público. Se ha creado un campo de batalla en el que los Estados se encuentran en desventaja frente a los algoritmos que imponen su dominio en áreas que van desde la conducción del tránsito en las ciudades hasta la administración de los servicios financieros. A la batalla ha entrado con todas sus armas la UE, marcando una pauta que debería seguir el resto del mundo.
El toque de corneta para emprender la lucha correspondió a Margrethe Vestager, la vicepresidenta de la Comisión Europea, quien lanzó en abril una iniciativa para poner límites a la inteligencia artificial en aplicaciones como los vehículos autónomos, los procesos judiciales, la contratación de empleados y la matrícula de estudiantes. La propuesta contempla la prohibición de otros usos como el reconocimiento facial en espacios públicos.
Si el proyecto es aprobado por los 27 países miembros de la UE, los proveedores de inteligencia artificial estarán obligados a documentar la existencia de sistemas de control de riesgo en la creación y aplicación de sus tecnologías, así como garantizar los derechos de los usuarios en su forma de operación y de toma de decisiones. Alemania ya abrió otro frente en esa batalla al iniciar un procedimiento contra Google y anunciar otros contra Facebook y Amazon por ocupar posiciones en el mercado que dificultan la libre competencia.
La UE ya ha adoptado normas de protección de la intimidad, de moderación de contenidos y contra los monopolios en el mundo digital, con las cuales ha sentado precedentes contra el arma de doble filo que constituye la inteligencia artificial. Es innegable que ella ofrece ilimitadas posibilidades de sustituir el trabajo humano, pero entraña peligros también ilimitados.
Sus creadores y promotores la defienden, pero muchos en la sociedad civil la atacan. Para estos es como la bestia que aparece en la Biblia, descrita por Job como un dragón que arroja fuego por la boca y humo por las narices. Lo que está en juego es si la capacidad de la humanidad para enfrentarla será tan frágil como la que ha mostrado ante el otro monstruo que describió Hobbes.