En estos días de sangre, sudor y lágrimas corriendo a torrentes por la tierra palestina, se ha recordado la profética intervención de Alfonso López Pumarejo en la ONU el 28 de noviembre de 1947 en la que advirtió sobre las consecuencias que tendría para la paz mundial el plan de partición de Palestina para crear el Estado de Israel.
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Las palabras de López Pumarejo, quien era entonces el embajador de Colombia en la ONU, son un modelo de clarividencia y sabiduría diplomática. Sin embargo, no fueron escuchadas y al día siguiente la Asamblea de la Organización aprobó el plan por el cual nació el Estado de Israel, pero también comenzó el conflicto interminable y al parecer insoluble entre el nuevo Estado y el mundo árabe que se identifica con Palestina.
Los colombianos debemos sentirnos orgullosos de que la representación del país en la máxima organización mundial hubiera estado en las manos de un estadista del calibre de López Pumarejo. El hecho de que la alianza de Estados Unidos y la Unión Soviética hubiera derrotado la oposición del mundo árabe no restó validez a los argumentos de López, confirmados por los hechos durante los últimos 75 años.
Vale la pena consignar aquí las palabras textuales de López para que los lectores que no las conocen aprecien la visión de nuestro antiguo embajador en el momento en que se discutía en las Naciones Unidas una de las decisiones de mayor impacto en la historia de la Organización. Estas fueron:
“No podemos pasar por alto ni desestimar el hecho de que entre los 13 votos consignados contra la partición de Palestina están incluidos los de todos los países musulmanes. Si el problema judío es religioso y racial a la vez, nos parece que no es un buen augurio para la ejecución del plan que haya sido unánimemente repudiado por el mundo musulmán. Y repudiado no silenciosamente, sino bajo protesta vehemente. Y no por una pequeña parte de la humanidad, sino por los representantes de 400 millones de seres de un mismo credo religioso. No es extraño, así, que el plan haya tenido que atravesar el Atlántico en busca de los defensores que no ha podido encontrar en los países vecinos de Palestina, ni en el Mediterráneo oriental, ni en la Europa occidental, ni el distante continente asiático. Políticamente nos parece de igual significación que ni China, ni Francia, ni el Reino Unido hayan estado de acuerdo con Estados Unidos y la Unión Soviética en este caso”.
De nada valieron estos argumentos frente al poder avasallador de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Pero con las vueltas que ha dado el mundo, la Federación Rusa que reemplazó a la Unión Soviética ya no comparte con Estados Unidos el apoyo a Israel. De hecho, la Rusia de Putin es uno de los países que han criticado la ofensiva militar de Israel contra los palestinos en la Franja de Gaza. China también ha criticado esa ofensiva, aunque mantiene una posición equilibrada respecto al fondo del conflicto y ha hecho llamados al diálogo para evitar que este se intensifique. Pero en medio de la escalada bélica que provocó el ataque de Hamás a Israel no hay espacio para ese diálogo. Las voces moderadas y pacifistas no se abren paso fácilmente en medio del tumulto de las batallas.
Tampoco parece haber espacio para la moderación, la reflexión o la búsqueda de posiciones intermedias, como la que asumió el presidente Gustavo Petro al terciar en la polémica. Vista en el contexto del conflicto desde su nacimiento, no fue una posición “hostil y antisemita”, como la calificó el Gobierno de Israel. Tocó una verdad que siempre es golpeada en las guerras: la de que ambas partes son culpables y la culpa es proporcional cuando entre ellas hay una asimetría. Esta es una de las razones que impiden la coexistencia pacífica de israelíes y palestinos, como lo previó López Pumarejo. Corresponde a la ONU, que gestó el problema, hallar la fórmula para evitar que los incendios del Medio Oriente desencadenen la Tercera Guerra Mundial.