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Los sabios de la tribu

Leopoldo Villar Borda

26 de septiembre de 2022 - 12:30 a. m.

En algunos medios se ha mencionado en forma negativa la edad de varios de los ministros del Gobierno de Gustavo Petro.

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Álvaro Leyva asumió la Cancillería a los 80 años; Cecilia López Montaño tenía 79 cuando tomó posesión del Ministerio de Agricultura; Patricia Ariza llegaba a los 76 cuando entró en funciones como ministra de Cultura y José Antonio Ocampo estaba cerca de los 70 al juramentarse como ministro de Hacienda. Están entre los personajes con mayor edad que han llegado al gabinete ministerial colombiano, pero no son una excepción en el mundo.

Los adultos mayores ocupan hoy cargos de alta responsabilidad en el planeta, como la Presidencia de Estados Unidos. A esta llegó Joe Biden a los 77 años y está considerando la posibilidad de presentarse a la reelección dentro de dos, cuando habrá cumplido 81. El mandatario estadounidense, sin embargo, no es el gobernante de más edad en la actualidad. Paul Biya, el presidente de Camerún, tiene 89 años. También hay un monarca de avanzada edad, el rey Salmán bin Abdulaziz, de Arabia Saudita, que tiene 86 años. Y hasta su fallecimiento el 8 de septiembre, la reina Isabel II de Inglaterra había batido el récord al llegar a los 96 de edad y ocupar el trono por derecho propio durante más de 70 años.

¿Cómo explicar el predominio de las canas en el poder? Una razón es el aumento de la esperanza de vida en todas partes. En Colombia la cifra promedio es de 75 años.

Hace 20 o 30 años no era común ver a personas de estas edades ocupando altas posiciones en el mundo con excepción de los papas, cuya carrera para llegar a la silla de San Pedro es mucho más larga que la de cualquier político para alcanzar la presidencia de su país. Los ejemplos más recientes son los de Benedicto XVI, que tenía 78 años el día de su elección, y el papa Francisco, elegido a los 76 años.

En el mundo político el fenómeno es relativamente reciente y muestra que si el ciudadano común ha perdido la confianza en sus dirigentes, los que peinan canas son una excepción. Ellos inspiran más credibilidad porque son asociados con la sabiduría y la experiencia que da una larga vida.

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En el desarrollo de la humanidad, la vejez ha sido un fenómeno relativo. En la prehistoria la vida se reducía a luchar por la supervivencia y los seres humanos no sobrepasaban la edad de 30 años. En las civilizaciones más antiguas, como la hebrea, la egipcia, la griega y la romana, la mirada sobre la vejez, que empezaba alrededor de los 60 años, osciló entre el respeto y el menosprecio, pues en algunos períodos llegó a ser considerada como un castigo de los dioses. Sin embargo, siempre existió la consideración de que los viejos encarnan la prudencia y el conocimiento, como lo reconoció Esparta, donde existió un senado compuesto por ancianos. Platón definió la vejez como la etapa de la vida en la que la prudencia, la serenidad y la capacidad de juicio alcanzan su máxima expresión.

Durante la Revolución francesa se instituyó un Consejo de Ancianos que tenía poderes legislativos. En las comunidades indígenas también existen los consejos de ancianos encargados de mantener las tradiciones de sus pueblos. La importancia de esta figura en muchas épocas de la historia está resumida en la expresión “los sabios de la tribu”.

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En las sociedades modernas, asentadas sobre la productividad y el consumo, la sapiencia y el buen juicio de los viejos han sido relegados por el avance de las ciencias, la tecnología y las comunicaciones. En contravía de esta tendencia, la decisión de Gustavo Petro de incorporar a su gabinete a varias personas mayores es una buena señal y un reflejo de su propósito de incluir efectivamente en la sociedad a ese segmento a menudo ignorado de la población. Los viejos tienen mucho que ofrecer, comenzando por la transmisión de tradiciones familiares, culturales y sociales que son el compendio de la memoria colectiva y el sustento de la identidad nacional.

Por Leopoldo Villar Borda

Periodista y corresponsal en Europa
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