Al estilo de los emperadores romanos, que llamaban “nuestro mar” al Mediterráneo y libraron en él algunas de sus más célebres batallas, el presidente Donald Trump ordenó el desplazamiento al mar Caribe de una poderosa flota de guerra y autorizó a los marines para que hundan cualquier embarcación sospechosa de transportar drogas por ese y otros mares. El ocupante de la Casa Blanca no conoce límites para su poder dentro del territorio estadounidense y fuera de él. Sus incursiones marítimas responden a pretensiones semejantes a las que lo llevaron a amenazar a varias ciudades estadounidenses con la ocupación militar si no obedecen sus órdenes.
Tenían razón los romanos al llamar “Mare Nostrum” al Mediterráneo, cuyas costas dominaron por completo. No así Mussolini, que se apropió de la expresión veinte siglos más tarde para alimentar su ambición de emular a los césares con la creación de un imperio fascista en el mismo ámbito geográfico.
Otros mares fueron controlados por potencias modernas como Portugal, España y Gran Bretaña, pero desde la adopción del derecho del mar solo se reconoce soberanía y jurisdicción a los países costeros sobre las aguas interiores, el mar territorial, la zona contigua, la zona económica exclusiva y la plataforma continental. Trump no es capaz de limitarse a las áreas que en derecho corresponden a Estados Unidos. Los mares que rodean el territorio estadounidense son demasiado poco para él. Las reglas son para los demás.
La complejidad geográfica ha dado lugar a numerosas disputas con relación a los derechos en el mar, como la que todavía no se ha resuelto entre Colombia y Venezuela. Pero hasta ahora no se ha repetido la experiencia romana de control absoluto de un Estado sobre un amplio espacio marítimo. Como en otros aspectos del ejercicio del poder y la soberanía, la excepción a todas las reglas es Donald Trump.
Con su ambición ilimitada, Trump está pisoteando a muchos países, comenzando por los costeros del mar Caribe y el océano Pacífico, a los cuales impide ejercer soberanía sobre sus aguas territoriales. El presidente estadounidense se arroga el derecho de enviar sus barcos a ambos mares y disponer manu militari quienes pueden navegar en ellos so pena de ser bombardeados, como ya ocurrió con varias embarcaciones que fueron consideradas por los estadounidenses dignas de ser blanco de sus bombas.
Estas acciones de la marina de guerra estadounidense a las órdenes de Trump son peores que las expediciones punitivas de la Gran Bretaña, cuando enviaba a sus barcos de guerra a cobrar las deudas de los países pobres o los actos de piratería que abundaron en algunas épocas.
Tiene razón el presidente Gustavo Petro al invocar la solidaridad de toda la América Latina con el fin de responder a los asaltos marítimos estadounidenses. De estas incursiones a una invasión territorial no hay sino un paso. Solo la acción concertada de la comunidad internacional podría contrarrestar las operaciones con las que la Casa Blanca está protagonizando la peor versión del Mare Nostrum.
Los primeros países que deberían responder al llamado de Petro son los que comparten con Colombia las costas sobre el Caribe y el Pacífico. Pero ellos no son los únicos afectados con el atropello que impide la libre navegación por aguas internacionales, afecta el comercio y crea un precedente nefasto sobre la conducta que deben observar todos los gobiernos para preservar el orden y la armonía en el planeta.