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Matar al mensajero

Leopoldo Villar Borda
17 de septiembre de 2022 - 05:30 a. m.

Desde la antigüedad, pasando por los clásicos y llegando hasta la cinematografía contemporánea, la tendencia de atacar al portador de malas noticias hasta el punto de liquidarlo física o moralmente es un rasgo humano que ha estado presente en muchos episodios históricos y ha sido tema de numerosos autores. Freud llegó a atribuir esta inclinación al instinto de defensa ante lo insoportable. Abundan los ejemplos de esta actitud, que también puede ser interpretada como una forma de soslayar la realidad.

Algo así le ha pasado a la ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, a quien le llovieron rayos y centellas por poner en evidencia problemas que algunos se resisten a reconocer, como los estragos del “extractivismo exacerbado”, la situación energética o las causas y los posibles remedios de las exageradas tarifas que los consumidores debemos pagar por el servicio de electricidad.

Primero la ministra fue blanco de un bombardeo de críticas por su propuesta de poner límites al crecimiento económico para salvar el planeta, con lo cual planteó, más que una teoría económica, una cuestión de sentido común. Como ella lo señaló, la dependencia exagerada de la minería en muchos países, incluyendo a Colombia, está acentuando los efectos negativos del calentamiento global y atentando contra el equilibrio que debe existir entre los seres humanos y la naturaleza. Hay que frenar esa actividad exagerada si se quiere alcanzar los objetivos ambientales identificados como indispensables para preservar la Tierra y, con ella, a la población mundial.

Una simple observación del entorno que nos rodea es suficiente para dar la razón a la ministra. Si no nos queremos asfixiar por el aumento exponencial del número de vehículos que invaden las ciudades y la contaminación que causan, en algún momento habrá que disminuir la fabricación de automotores. El panorama cotidiano en una ciudad como Bogotá, donde los trancones son el pan de cada día, nos muestra que la aglomeración de vehículos no ayuda a mejorar la calidad de vida de las personas ni puede ser considerada como una señal de progreso. Es una buena noticia para los fabricantes y distribuidores de los mismos, pero no para la sociedad en su conjunto, que solo recibe los efectos negativos de este fenómeno.

Con la misma lógica, la cantidad de electrodomésticos en un hogar no puede aumentar hasta el punto de no dejar espacio para las personas, ni el número de productos de uso cotidiano puede sobrepasar la capacidad de los miembros de los hogares para consumirlos. ¿Tiene sentido que la meta de una sociedad cualquiera sea producir y vender más y más cosas, sin límite posible?

Estas consideraciones llevaron a varios expertos a plantear hace décadas la idea de frenar el crecimiento económico indefinido. Con la observación elemental de que no puede haber un crecimiento infinito en un planeta finito, llevaron esta preocupación al mundo académico. Entre sus pioneros, como lo recordó el presidente Gustavo Petro al reforzar las afirmaciones de la ministra, estuvieron el economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen, uno de los padres de la economía ecológica, y el profesor francés Serge Latouche, quien se hizo célebre como defensor e ideólogo de la teoría del decrecimiento. Lejos de ser una doctrina descabellada, es un planteamiento que responde cada día más a las necesidades de la humanidad. Su fuerza ha aumentado en los años recientes por el imperativo de combatir el cambio climático, algo que hoy constituye un consenso universal.

En cuanto a la transición energética y el acuciante problema de las tarifas, la ministra Vélez ha expuesto sus ideas con sólidos argumentos que merecen ser considerados, en lugar de ignorarlos o rechazarlos por el prurito de contradecir. Los defensores del modelo neoliberal que está llamado a desaparecer se equivocan al dispararle a ella en lugar de aceptar que Colombia debe corregir el rumbo.

Leopoldo Villar Borda

Por Leopoldo Villar Borda

Periodista y corresponsal en Europa

 

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