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Posiblemente nadie en Colombia ignora la historia de la cucharita que el carranguero Jorge Velosa inmortalizó con la canción del mismo nombre ni desconoce que esa historia se originó en la vereda Velandia de Saboyá, un pequeño municipio boyacense cercano a Chiquinquirá. Lo que tal vez no saben los demás colombianos es que los 15.000 habitantes de aquel municipio se están viendo privados de muchos de los adelantos de la civilización debido a un lastre que pesa allí como ha pesado por mucho tiempo sobre todo el país: la bendita polarización política, como se ha dado en denominar desde hace algunos años la confrontación de intereses y opiniones que paraliza hasta la más útil y necesaria acción administrativa.
Saboyá es una réplica en miniatura de la infausta y contradictoria realidad colombiana, ondulante entre la guerra y la paz. Allí gobierna el alcalde liberal Jeferson Leonardo Ortiz Sanabria, elegido el 27 de octubre de 2019, fecha de las últimas votaciones regionales realizadas en el país. No cuenta, sin embargo, con el indispensable apoyo del Concejo municipal, lo cual ha frenado obras de beneficio común como el arreglo de las vías de comunicación entre sus 13 veredas y con los municipios vecinos, esenciales para la comercialización de sus productos, que incluyen la papa, el maíz, la leche y diversas frutas y hortalizas. Un simple intercambio de palabras con cualquier saboyano es suficiente para verificar que en la mayoría de los casos las diferencias no tienen sustento en realidades objetivas sino, sencillamente, en las simpatías o antipatías cruzadas que se ventilan en el pequeño mundo político de la población, a semejanza de lo que hace demasiado tiempo ocurre en el ámbito nacional.
Para los saboyanos sería muy fácil hallar motivos para la cooperación y la solidaridad, así como razones de orgullo en la historia y los atributos de su pueblo, que comparte con los demás municipios boyacenses los privilegios de una naturaleza afortunada. Es legendaria la resistencia que el cacique Saboyá presentó a los conquistadores españoles durante más de tres décadas, según los testimonios que quedaron de esos tiempos. La cual no impidió, sin embargo, que los habitantes del poblado, como las demás comunidades originarias del territorio que hoy es Colombia, se vieran sometidos al régimen de la encomienda, experimentaran la evangelización católica y tuvieran que soportar el yugo de la monarquía española durante la Colonia. Después fueron partícipes y testigos privilegiados de la lucha por la Independencia y presenciaron en tres ocasiones la llegada del Libertador Simón Bolívar entre 1821 y 1828.
Durante la etapa colonial Saboyá fue parte de la provincia de Vélez, a la cual dejó de pertenecer en 1832 al ser creada la parroquia y erigido el municipio. A partir de entonces vivió con los demás municipios colombianos los altibajos de la trayectoria republicana, caracterizada durante sus dos primeros siglos por las interminables guerras civiles y las confrontaciones políticas, que desde los albores del siglo actual han estado enmarcadas bajo el rótulo de la polarización. La bella población boyacense, al igual que la mayoría de los pueblos colombianos, no ha podido escapar a ese fenómeno, al que se pueden atribuir muchos de los males sufridos por el país en las últimas décadas.
Las reflexiones que suscita el estado del microcosmos saboyano son aplicables a Colombia como un todo. Mientras las disputas sectarias obstaculizan el empeño del actual Gobierno nacional por adoptar soluciones largamente aplazadas para los grandes problemas del país, las élites que se resisten al cambio y se aferran al pasado son indiferentes a la patria profunda que encierra tantas riquezas naturales, paisajes tan asombrosos y una variedad cultural que envidiarían muchos otros países, sin que nada de esto haya sido suficiente para sacarla del atraso.
