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La guerra de las drogas no es la única que ha perdido Colombia. Mucho antes de que sucesivos gobiernos comprometieran crecientes cantidades del presupuesto en el combate al narcotráfico, sumas comparables fueron invertidas sin poder cantar victoria en la lucha contra un enemigo más elusivo: la pobreza.
Hace más de un siglo que las campañas políticas, las promesas electorales y los planes de gobierno contemplan la lucha contra la pobreza como una de sus principales banderas. No ha habido etapa alguna de la historia colombiana en la que no abundaran los anuncios de programas y proyectos dirigidos a poner fin a este flagelo, que bien puede calificarse como la peor pandemia padecida por nuestra sociedad. Y el resultado sigue siendo el mismo: en lugar de disminuir, la pobreza continúa creciendo.
En esto no estamos solos: Estados Unidos, el país más rico y poderoso del mundo, tampoco se ha podido librar de la pobreza. De acuerdo con la línea de pobreza fijada por el Gobierno estadounidense, el 11,6 % de los habitantes del país eran pobres en 2022. La cifra no es muy distinta a las registradas a lo largo de las últimas cinco décadas. En Estados Unidos se considera pobre a una familia de dos adultos y dos niños cuyo ingreso es menor de USD$26.000 anuales.
En Colombia la pobreza afecta al 42 % de la población; o sea, 21 millones de personas. El DANE utiliza dos medidas: la de la pobreza monetaria, en la que se encuentran las personas cuyos ingresos están por debajo de $350.000 mensuales, y la de la pobreza multidimensional, que tiene en cuenta las condiciones de educación, salud, trabajo, vivienda y acceso a los servicios públicos.
Aunque cualquier comparación es arbitraria, la diferencia con las cifras estadounidenses es abismal. Las que sí son comparables son las causas del fenómeno que afecta a los dos países en proporciones tan distintas. Sintetizando las conclusiones de los numerosos estudios y análisis que se han hecho sobre el tema en ambos casos, esas causas son fáciles de identificar: el desempleo, los bajos salarios y la desigualdad en las formas de remuneración al trabajo. En EE. UU. se considera que el desempleo es manejable cuando se encuentra entre el 2 y el 5 % de la fuerza laboral. En Colombia es normal que el desempleo supere el 10 %, cifra ampliamente sobrepasada en los últimos años, sobre todo a raíz de la pandemia.
A juzgar por el tono alarmista que ha empleado el sector empresarial para oponerse a la reforma laboral, el porcentaje puede elevarse considerablemente si se vuelve a consagrar el límite del horario laboral a las 6 de la tarde y se restablece la obligación de pagar las horas extras, pues la respuesta de los empleadores a estas medidas sería la de los despidos masivos. Aun si esto no ocurre, el horizonte de los trabajadores en nuestro país no es muy prometedor. El trabajo no es justamente remunerado y las desigualdades en sus formas de compensación son aberrantes.
Esas injusticias llevaron a millones de colombianos a protestar masivamente en las calles y más tarde a votar por el candidato que ofrecía ponerles fin. El ganador de la última elección presidencial está intentando cumplir sus promesas, pero los vientos que tiene en contra permiten prever que Gustavo Petro tampoco va a ganar la guerra contra la pobreza.
