En medio del brillo de las celebraciones, de los forcejeos políticos y del inevitable cabildeo en los pasillos y recintos del Capitolio Nacional, pasó casi inadvertida una coincidencia que marcó el inicio del nuevo período de sesiones de la legislatura colombiana. En distinta forma, pero con resultados parecidos, desde las dos cámaras que componen el Congreso se lanzó a los cuatro vientos un grito simultáneo de independencia que no solo debió retumbar en la Casa de Nariño sino también y sobre todo en las sedes donde operan los jefes de los desteñidos partidos políticos del país.
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En el Senado, el protagonista fue Iván Name, quien al tomar la decisión de autopostularse para la presidencia de la corporación ignoró los tejemanejes de la manzanilla, rompió el protocolo tradicional y dejó en claro que el voto que pidió y que resultó mayoritario no respondería a las consignas de un partido ni a las órdenes de un jefe, sino a la voluntad individual de los miembros del Senado.
El discurso con el cual Name se presentó ante sus colegas fue un acto de emancipación. No solo rechazó las jefaturas partidistas que calificó de dictatoriales, sino también las prácticas que se han puesto en boga en el Congreso para limitar las intervenciones a minutos y segundos, contrariando la naturaleza de una institución cuyo propósito es dar libre cauce a las ideas para que se expresen sin ataduras y con base en ellas se tomen las decisiones. Criticó la partidocracia como una camisa de fuerza que solo ha servido para entronizar en el mando de las colectividades políticas a personajes que actúan como dictadores y pretenden acorralar a sus miembros, comenzando por los aspirantes a las corporaciones públicas, como si fueran bestias de carga o recuas de ganado.
Fue una pieza magistral que debe ser reconocida como tal, sin consideración por los antecedentes y las simpatías políticas de quien la pronunció. Dijo que no presentaba su candidatura en representación de la Alianza Verde, su partido, ni de la coalición a la que pertenece, ni de ninguna otra fuerza política. En una actitud autónoma les solicitó el voto a los miembros del Senado y cuando estos respondieron con sus papeletas de votación se demostró que sus palabras no cayeron en oídos sordos.
Si en el Senado el grito tuvo la forma de un discurso bien argumentado por el senador barranquillero, en la Cámara de Representantes se expresó en la acción de sus miembros a la hora de votar. Allí fue desechada la orden de un político que actúa desde hace tiempo como si fuera el dueño y no el transitorio mandatario de su colectividad, el Partido Liberal Colombiano. Una rebelión mayoritaria dentro de sus filas aseguró la elección de Andrés Calle, el representante cordobés que le ganó el pulso a Julián Peinado por la voluntad individual, también mayoritaria, de sus compañeros de corporación. Fue una elección muy significativa porque contrarió la directiva que promulgó el jefe del partido al que pertenecen ambos.
Las votaciones del 20 de julio en el Congreso muestran que la dictadura del bolígrafo que imperaba hace unos años en los procesos electorales para las corporaciones públicas quedó definitivamente atrás. Además, estas dos manifestaciones de independencia sacaron la cara por una institución que todavía no se ha repuesto de largos años de desprestigio debido a la prevalencia de las prácticas clientelistas contra las cuales aquellas se produjeron. Aunque ambas han sido interpretadas como el triunfo de cada uno de los bandos enfrentados en la actual coyuntura política nacional, parece más justo apreciarlas como una expresión del anhelo de cambio que los miembros del Poder Legislativo comparten con el Gobierno nacional. Pensando con el deseo, esto nos permite augurar que todos se están dirigiendo por distintos caminos hacia una concertación que parece inalcanzable, pero que cada día se ve más necesaria y puede estar cercana.