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Primavera guatemalteca

Leopoldo Villar Borda

16 de julio de 2023 - 09:05 p. m.

A una distancia de tres cuartos de siglo, el pueblo guatemalteco está a punto de rescatar el legado de los dos presidentes que quisieron hacer de su país un modelo de democracia, pero sucumbieron ante el contubernio de unos militares corruptos y un gobierno estadounidense que promovía las dictaduras en América Latina con la bandera del anticomunismo.

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Eran los tiempos de la Guerra Fría, en la que los países de esta región del mundo jugaban el papel de peones de uno de los contendientes en la pugna de las potencias nucleares por el poder universal. La reacción popular a esta situación adversa se expresaba ocasionalmente en la insurgencia de líderes independientes y progresistas, algunos de los cuales llegaron al poder.

Uno de ellos fue Juan José Arévalo, un educador, escritor, diplomático y político que participó en la lucha contra la dictadura de Jorge Ubico y tras su derrocamiento llegó a la Presidencia en 1945 como líder del Frente Popular Libertador.

Arévalo impulsó una serie de cambios sociales que transformaron la vida de sus compatriotas, entre ellos la creación del sistema de seguridad social y el Ministerio del Trabajo. Fueron pasos decisivos para sacar al país del atraso en el que lo habían mantenido los regímenes autoritarios anteriores, a cuyo amparo se consolidó el monopolio de la United Fruit Company y Guatemala ganó, junto con sus vecinos centroamericanos, el título de “república bananera”.

Arévalo enfrentó numerosos intentos de golpe de Estado, pero terminó su mandato en 1951 y entregó el poder a otro líder progresista, Jacobo Arbenz, con lo cual parecía garantizado el avance del país hacia un Estado genuinamente democrático. Sin embargo, Arbenz no tuvo la misma suerte. Una conspiración organizada por la CIA puso fin a su gobierno en 1954 e instaló en su reemplazo al coronel Carlos Castillo Armas, apoyado por fuerzas militares de Estados Unidos que invadieron el país. Castillo Armas restauró los métodos dictatoriales y ejerció el poder hasta 1957, cuando fue asesinado por un miembro de sus propias tropas.

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Ahora un hijo del presidente Arévalo, Bernardo Arévalo de León, está a las puertas de la Presidencia de Guatemala. Contra todos los obstáculos levantados desde el poder para desconocer los resultados de la primera vuelta electoral del 25 de junio, la disputará en segunda vuelta el 20 de agosto con Sandra Torres, heredera política de su esposo, el fallecido expresidente Álvaro Colom. Arévalo es el fundador del Movimiento Semilla, que busca rescatar los programas de los gobiernos progresistas de su padre y de Arbenz, y reeditar la primavera democrática de los años 40 y 50 del siglo pasado en desafío a los partidos de derecha que han gobernado al país en los últimos años. Arévalo ganó popularidad por sus campañas contra la corrupción y todo indica que podrá superar a su rival en la elección del mes entrante.

El triunfo de Arévalo abriría la puerta para el regreso al país de los jueces y fiscales perseguidos por los gobiernos que sucedieron al de Otto Pérez Molina y su vicepresidenta, Roxana Baldetti, ambos actualmente en prisión. La persecución incluyó a los miembros de la Comisión Internacional contra la Impunidad de la ONU, que presidió el actual ministro de Defensa de Colombia, Iván Velásquez, y fue uno de los capítulos más oscuros de la historia reciente de Guatemala. Fue una retaliación contra las investigaciones de la Comisión y de la Fiscalía guatemalteca que permitieron llevar a juicio a más de 700 personas y condenar por corrupción a más de 400 entre empresarios, jueces, políticos, funcionarios y particulares.

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Lo que se vislumbra sería no solo la rectificación de los abusos de estos años sino el regreso a la primavera democrática de hace casi un siglo y la oportunidad para que Guatemala deje atrás las pesadillas dictatoriales que Miguel Ángel Asturias, su nobel de Literatura, describió tan vívidamente en El señor presidente.

Por Leopoldo Villar Borda

Periodista y corresponsal en Europa
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