Hay hechos, situaciones y circunstancias que no apreciamos plenamente en su momento, a pesar de estar a la vista de todos. Para valorarlos se necesita que alguien se tome el trabajo de escudriñarlos y mostrárnoslos en su integridad. Esto es exactamente lo que ha hecho Lina Britto, la autora del artículo sobre la historia íntima de las relaciones entre Colombia e Israel publicado por El Espectador el 13 de noviembre pasado.
Para nadie en Colombia son un secreto las andanzas del exmilitar israelí Yair Klein en nuestro país y sus nexos con los paramilitares. Tampoco es desconocido el papel de Israel como proveedor de armas para las fuerzas militares colombianas y su cooperación con nuestro país en materia de seguridad. Sin embargo, estas y otras acciones consideradas aisladamente no alcanzan a describir, como lo hace la autora del artículo, la influencia de Israel en el conflicto colombiano y no solo en él.
Lo que aparece en el aludido trabajo periodístico es la demostración de la existencia de un proyecto estratégico israelí para apoyar a los países latinoamericanos que fueron aliados de Estados Unidos durante la Guerra Fría y se convirtieron en un muro para contener el supuesto avance del comunismo. Es un proyecto que replicó en esta parte del mundo el papel que Israel ha jugado en la región del Medio Oriente a costa de muchas vidas de sus vecinos y de su propia gente.
Desde la dictadura de los Somoza en Nicaragua y los contras de Centroamérica en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado hasta la fracasada aventura bélica de la dictadura argentina en las Malvinas en 1982, pasando por el adiestramiento de Carlos Castaño en Israel en 1983 y el de sus colegas en el Magdalena Medio años después, Israel aparece como el proveedor y asesor privilegiado de varios sectores y gobiernos de derecha en temas de armamento e inteligencia, las dos áreas que le sirvieron para forjar con ellos una relación especial.
Al lado de Israel, naturalmente, siempre está Estados Unidos, su gran aliado y defensor. Y así como en los enfrentamientos de Israel con los palestinos siempre ha contado en el apoyo incondicional de Washington, el respaldo de sus clientes latinoamericanos es automático aun en las situaciones que no deberían suscitarlo, como la ofensiva militar indiscriminada contra los dos millones de habitantes de la Franja de Gaza en venganza por el ataque terrorista de Hamás el 7 de octubre pasado. Por esto sorprendió a algunos la crítica del presidente Gustavo Petro a esa ofensiva.
Así como el trabajo de Lina Britto sirve para ilustrar a los colombianos sobre los lazos que han unido a Israel con el brazo armado de la ultraderecha del país, la actitud de Petro en defensa de Palestina refleja un cambio de fondo que posiblemente no ha sido apreciado del todo en Colombia. Basta imaginar cuál habría sido la posición en este caso de cualquiera de los gobiernos anteriores y en especial de los adictos a la ‘seguridad democrática’ para medir la distancia entre aquellos gobiernos y el actual en el campo de las relaciones internacionales. Es un cambio que puede acarrear algunas consecuencias negativas para Colombia por su dependencia de Estados Unidos en casi todos los campos y, especialmente, en el económico. De la forma en que el gobierno colombiano conduzca sus relaciones con Washington dependerá en gran medida que esas consecuencias no adquieran dimensiones exageradas.
Por fortuna el mundo ya no está sometido a los designios de una o dos superpotencias, como sucedió en el pasado, y el nuevo equilibrio planetario del poder ofrece a los países del Tercer Mundo la oportunidad de desarrollar una política internacional relativamente independiente. En todo caso, si esta coyuntura se convierte en una prueba de fuego para nuestra diplomacia, ella será preferible a seguir jugando el papel de marionetas en el proyecto que el artículo de Lina Britto describe con pelos y señales.