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Venezuela se cierra al mundo


Leopoldo Villar Borda

10 de junio de 2024 - 12:05 a. m.

Después de dos décadas turbulentas y más de una de aislamiento internacional, crisis económica y un conflicto político que no parece tener solución, la vida de Venezuela sigue dominada por la sombra de Hugo Chávez.

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La decisión de Nicolás Maduro de cerrar definitivamente el paso a la candidata de la oposición con más posibilidades de derrotarlo y a la persona que ella escogió para sucederla demuestra que la revolución chavista no cederá al asedio de sus adversarios internos ni a las presiones ni a las sanciones internacionales.

El mundo y en especial el vecindario del que formamos parte tendrán que aprender a convivir con la revolución venezolana como lo hicieron con la mexicana y la cubana, las otras dos transformaciones políticas latinoamericanas que prevalecieron contra el poder avasallador de Estados Unidos, a diferencia de tantas otras —como las de Guatemala en 1944, Bolivia en 1952, Perú en 1968 y Chile en 1970— que cambiaron la historia de esos países pero sucumbieron ante la intervención abierta o soterrada de Estados Unidos.

Hasta hace unas pocas semanas Venezuela parecía estar rectificando el rumbo y abriéndose al mundo, como le pidió hace 25 años a Cuba el papa Juan Pablo II durante la visita que hizo a la isla cuando todavía la gobernaba Fidel Castro. Pero se equivocaron quienes pensaron que el chavismo había iniciado un proceso de retorno a la democracia.

Después de la cubana, la revolución que inició Chávez en Venezuela en 1999 ha sido el fenómeno político que más ha marcado a la América Latina en los últimos tiempos. Contra ella se han realizado invasiones armadas, ofensivas diplomáticas y sanciones económicas comparables a las que ha soportado Cuba. Los ataques arreciaron tras la muerte de Chávez en 2013 y su reemplazo por Maduro, a quien buscaron derrocar varios gobiernos, comenzando por los de Estados Unidos y Colombia cuando era gobernada por Iván Duque. Pero como la política internacional también es dinámica, de repente se juntaron las piezas de un rompecabezas que abría las puertas del mundo a Venezuela y le permitía al país abrirse al mundo.

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Cuando menos se pensaba se descongelaron las relaciones internacionales de Caracas y a las playas venezolanas volvieron los turistas como en las mejores épocas. Hubo acercamientos entre Maduro y el Gobierno de Estados Unidos, interesado en aprovechar la condición de proveedor clave de petróleo del país vecino para los consumidores estadounidenses y contrarrestar así las consecuencias de la invasión de Rusia a Ucrania. A todo esto se sumó el impacto positivo de la reapertura de la frontera con Colombia y la consiguiente reanudación del comercio entre los dos países, que en los tiempos anteriores a la revolución chavista alcanzó dimensiones considerables.

No se necesitó la visita ni el llamado de un papa para que todo esto ocurriera, aunque Juan Pablo II también estuvo en Caracas, no solo una sino dos veces. Lo hizo en 1985, cuando el presidente de Venezuela era Jaime Lusinchi, y en 1996, cuando ocupaba el cargo Rafael Caldera, el mandatario a quien correspondió entregar el poder a Chávez. Lejos estaba entonces el pontífice de saber que los venezolanos pasarían después por una situación parecida a la de Cuba y que los ecos del llamado que hizo en La Habana resonarían en Caracas casi tres décadas más tarde.

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Con la convocatoria de elecciones presidenciales este año surgió la posibilidad de que la política venezolana retornara a la normalidad. Pero el sueño de quienes vislumbraban el regreso de la democracia al vecino país se desvaneció muy pronto por la inflexibilidad del régimen de Maduro y la drástica reacción de Estados Unidos al restablecer las sanciones económicas contra Venezuela. La situación ha regresado entonces a un punto muerto del que no saldrá fácilmente. ¿Hará falta una visita papal para que por fin Venezuela se abra al mundo?

Por Leopoldo Villar Borda

Periodista y corresponsal en Europa
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