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‘Yankee, go home!’

Leopoldo Villar Borda

21 de mayo de 2025 - 12:05 a. m.

Más pronto de lo que se podía pensar, Donald Trump tuvo que bajarse de la nube en la que quiso instalarse como dueño de Estados Unidos y rey del mundo. Solo la franja lunática que lo sigue ciegamente desde hace años permanece fiel a sus consignas y apoya sus atrevidas acciones. El resto de la humanidad, dentro y fuera de Estados Unidos, se pronuncia cada día con más fuerza contra el uso abusivo que el magnate estadounidense está haciendo del poder.

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Dos de las manifestaciones más elocuentes de rechazo a las pretensiones de Trump fueron las que expresaron con sus votos los ciudadanos canadienses y australianos en las elecciones realizadas el 28 de abril y el 3 de mayo pasados. La elección canadiense fue convocada tras el retiro de Justin Trudeau del cargo de primer ministro. En la australiana, el primer ministro Anthony Albanese buscó y obtuvo la reelección a la cabeza del Partido Laborista. En ambas, los votantes respaldaron a los partidos de izquierda, opuestos a las políticas de Trump, aunque sus rivales conservadores eran los favorecidos por las encuestas.

En Canadá casi nadie creía posible que Mark Carney, el sucesor provisional de Trudeau, pudiera sacar a su partido de la crisis en la que se encontraba. Sin embargo, Carney logró una clara victoria y con ella aseguró la continuidad de su partido en el poder. Al suceder a Trudeau, Carney tenía casi todo en su contra: el natural desgaste de su partido después de tres períodos consecutivos en el gobierno, la economía estancada y los pronósticos adversos de las encuestas que daban por seguro el triunfo de los conservadores, tradicionales rivales de los liberales. Carney lucía como un candidato débil frente al líder conservador Pierre Poilievre a pesar de sus sólidos antecedentes como economista y banquero. Se creía que no tenía posibilidades de revertir la tendencia negativa para su partido que mostraban las encuestas. Entonces aparecieron las provocaciones y amenazas de Trump, que además de involucrar a Canadá en su guerra comercial contra el resto del mundo ofendió el patriotismo de sus habitantes al plantear pública y reiteradamente la propuesta de que su vecino del norte se convirtiera en el estado número 51 de la Unión Americana.

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Interpretando a sus ofendidos compatriotas, Carney se presentó a las elecciones con una plataforma anti-Trump y con ella alcanzó una victoria que sorprendió a muchos observadores de la política canadiense. Con su hazaña electoral, el ahora confirmado primer ministro gracias a la voluntad popular no solo dio un mentís a Trump y resucitó a su partido sino también prestó un valioso servicio a la causa liberal en todo el mundo. El triunfo de los liberales canadienses y los laboristas australianos debería servir de advertencia a los partidos y movimientos políticos de otros países que simpatizan con las insólitas ideas de Trump, aunque la mayoría de ellos lo disimulen ahora.

No hace falta reseñar los desplantes y agravios contra pueblos y gobiernos que ya le ganaron al magnate estadounidense el campeonato de la vulgaridad por lo que ha hecho tras apoderarse por segunda vez de la Casa Blanca. En virtud de sus atropellos, Trump es ahora la bestia negra de la política mundial. En buena hora los canadienses y los australianos hicieron explícito en las urnas electorales lo que buena parte de la población mundial debe estar pensando acerca de las múltiples manifestaciones de xenofobia y los continuos abusos del presidente estadounidense. Bien cabe aplicar en este caso el célebre y ofensivo eslogan acuñado en una de las épocas más oscuras de las relaciones interamericanas en la que abundaron las intervenciones militares y otras acciones coloniales de Estados Unidos en América Latina. Este eslogan está implícito en la decisión electoral que tomaron los ciudadanos de Canadá y Australia. Fue como si de las urnas electorales de ambos países hubiera salido el grito: “Yankee, go home!”.

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Por Leopoldo Villar Borda

Periodista y corresponsal en Europa
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