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YO DE AGÜERISTA NO TENGO NI UN pelo. Se me atraviesa una escalera en el camino y, sin dármelas de guapo, paso por debajo de ella. Los saleros los recibo en la mano, aunque respetándoles a los supersticiosos su insistencia en ponerlos encima de la mesa, que para evitarse desgracias.
Problema de ellos. Si un espejo se me rompe, aunque sea en siete pedazos, que ni los cuento, lo tiro a la basura. Y listo. Los gatos negros no me inspiran malos presagios, sino mucho afecto, y a las mariposas gigantes y oscuras que se me entran por la ventana, me limito a espantarlas cordialmente con una toalla para que salgan por donde llegaron.
Casi podría decir, entonces, que estoy curado de espantos, si no fuera por una inminencia de peligro, una alarma de algo ominoso que puede ocurrir no sólo en contra mía, sino de muchos, que me acomete cuando cierta persona empieza a rondar en mis proximidades. Voy a decir de una vez el nombre de quien me suscita esos pavores: Juan Manuel Santos.
De modo que estoy muy agradecido con el alcalde Samuel Moreno, y con la secretaria de Gobierno, Clara López, por la plantada que le han pegado a la obsesión de dicho señor por manejar a su antojo el tema de la seguridad en Bogotá. Yo no me he puesto a buscar en la Constitución los argumentos que asisten a los dos funcionarios para poner al Mindefensa en su sitio. Les creo y ya. Además, si Bogotá votó tan caudalosamente por Samuel Moreno, fue porque sus ciudadanos no queríamos ser tratados como recua y a punta de esos golpes de susto que caracterizan el estilo del señor Santos. De modo que lo decente es que a éste se le mantenga de lejitos. Si hasta su primo, el Vicepresidente, lo dice.
De lo contrario, la séptima y nuestros barrios se nos convertirían en réplicas de ese resto del país agobiado por los retenes a gritos, los allanamientos preventivos, los tiroteos súbitos, los cadáveres atravesados por ahí, y cuanta situación azarosa se deriva de la sospecha de que el eje del mal criollo se agazapa en el apartamento del frente, en el bus de al lado y en el supermercado de la esquina. Demasiado tenemos con los temores inherentes a la condición de gran urbe, para agregarles otros, fruto del invento.
Los falsos miedos son la causa de los falsos positivos, destrezas ambas en las que es maestro el doctor Santos. La supuesta “Toma de Bogotá por las Farc en el 2010”, sobre la que están metiendo ruido un parlamentario de nombre Nicolás Uribe, Simón Gaviria con su chicle por el poder y un congresista otrora serio, David Luna, constituye un exabrupto risible incluso si se hubiera planteado antes del actual repliegue en que se encuentra esa organización. No por ser jóvenes se les debe excusar semejante falta de seriedad a quienes profieren esos vaticinios.
Y menos si lo que en realidad pretenden es generar una atmósfera de paranoia que le permita a quien los apadrina volvernos la vida un asco a los habitantes de Bogotá, a ver si con eso se la toma electoralmente resarciendo al uribismo de la derrota que le infligió el actual alcalde. Que le jueguen limpio a la opinión, y no insistan, unos, diciendo que a las Farc las tienen enmontadas y al borde del exterminio, y otros, echándonos el cuento de que las tenemos en las goteras de la capital. Tamaña amenaza la deducen por unas vitrinas que amanecieron rotas en Carrefour.
Esa alharaca no es más que el delirio de un gobierno con ínfulas expansionistas, cuyo Mindefensa, sintiéndose sobrado de tropas, mira el mapa y decide dónde clavar los alfileres para sus próximas aventuras: Afganistán, Bogotá… “Ayer Ecuador, mañana desde cualquier lugar del mundo”.
Menos mal que el gobierno distrital se ha parado en la raya.
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El chiste de la semana:
Juan Carlos Flórez dijo en serio lo siguiente en una entrevista por Citytv: “Me parece un error de Samuel Moreno haber preferido una cita con Barack Obama, en lugar de una conversación con Juan Manuel Santos”.
