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Murió Juan Nicolás Estela, a los 76 años, en Cali, esta semana. ¿Qué diferencia habría entre este cantante y compositor y otros contemporáneos muy cercanos a mí, que en los últimos cinco años también he perdido, para que solo por el último en fallecer haya llorado, y bastante, hasta el punto de que intentaba conversar, aunque fuera de nada relativo a él, y no alcanzaba a terminar las frases porque un torrente de lágrimas me acometía? La conclusión precaria —porque tengo que llegar a alguna, aunque sea incierta— es que con Juan Nicolás tuve una relación larguísima, igual que con los demás difuntos, solo que con este fue estrictamente para cantar las mismas canciones de hace cincuenta años. Era el mismo tiempo que hacía que no nos veíamos, hasta una tarde en que me llamó —me encontró en Facebook— y nos citamos en mi casa, para lo que era inevitable citar a otro amigo en común, Álvaro López (QEPD), a quien Juan Nicolás llevaba el mismo tiempo sin ver.
Llegó con su guitarra, y escuchándolo cantar “La chica del billete” —que repetimos como veinte veces—, Juan Nicolás, en 2014, sexagenario ya, recuperó su expresión corporal de cuando electrizaba a las muchachas colombianas de los sesenta. También cantó “El Mundo” (“que no se para ni un momento”), “La casa del sol naciente” (de Los Speakers, “hay una casa en donde vive el sol”) y como diez más de aquel repertorio sesentero de César Costa, Enrique Guzmán, Alberto Vázquez y Angélica María, quienes habían castellanizado canciones de sus héroes de entonces: Paul Anka y Elvis Presley.
La nueva ola mexicana era modesta en su infraestructura disquera, pero mucho más lo era la colombiana. Y con esos retazos que reciclaban canciones mexicanas, a su vez recicladas de la industria gringa, aquí se armó un movimiento a go-go, o a ye-ye, que impactó a los jóvenes que, sin saberlo, esperaban una sensibilidad distinta al bolero. Los Yetis (de los cuales fue fundador Juan Nicolás), Los Flippers, Los Speakers, Vicky, Eliana, Óscar Golden, Harold, Kenny Pacheco, llenaron el vacío rockero, y después, la fusión de Los Yetis (Juan Nicolás, Iván Darío y Juancho López, Norman Smith y Álvaro Pabón) con el nadaísmo, Gonzalo Arango y Pablus Gallinazus, le dieron cohesión a un movimiento orgánico en la música juvenil y política colombiana. Gallinazus aportó clásicos sensibles y de ruptura aún vigentes en la emotividad nacional: “Boca de Chicle” y “Flor para mascar”.
Juan Nicolás fue uno de los primeros rockstars colombianos. En Cali llenaba salones con adultos nostálgicos y seguía agitando esos imaginarios memorables. Estaba activo y todavía causaba conmoción con su “Chica del billete” y otras de su autoría. Me honra haber compartido mucho de su existencia creadora, pues a todo ese conjunto de poetas los presenté en eventos multitudinarios en Cali, Buga, Pereira, Armenia y Sevilla. Yo era el presentador, el que cobraba y pagaba, el autor de la publicidad, el creador de la marca “Átomos a go-go para la paz”, que es un equívoco de buena fe atribuírsela a Gonzalo Arango.
Juan Nicolás me llamaba frecuentemente, insistiendo en que organizáramos un gran concierto con esas voces sobrevivientes en el Arena Movistar, pero cuando lo tomé en serio y empecé a hacer la lista, la mayoría ya había muerto. Juan Nicolás hubiera podido hacerlo solo, con unas treinta canciones, pero no alcancé a decírselo.
