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La ficción a la Alcaldía

Lisandro Duque Naranjo

29 de octubre de 2023 - 09:05 p. m.

Nota del editor. Esta columna fue escrita antes de conocerse los resultados a la Alcaldía de Bogotá.

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Ahora sucede que los resultados de ayer domingo que tenía previstos para esta columna —en un pronóstico sobre el futuro, escrito el viernes—, donde Gustavo Bolívar y Carlos Fernando Galán saldrían a disputar la segunda vuelta para la Alcaldía de Bogotá, están equivocados. Según encuestas, parece que Galán va a quedarse con la Alcaldía en la primera vuelta, aventajando al segundo no solo obteniendo el 40 % del total, además de los 10 puntos adicionales, sino que el segundo ni siquiera va a ser Bolívar sino Juan Daniel Oviedo.

Hombre, tampoco, tampoco. Mérmenle. Pongan a Galán de primero, pero no ganando de una. A Invamer le viene el sesgo desde que se descubrió, en elecciones de comienzos de siglo, que alterando estratos privilegiaba barrios ricos de Medellín para engordar las encuestas. Así cualquiera gana.

Yo espero que por la química que tiene Gustavo Bolívar con cierto sector, no necesariamente petrista, de los votantes, se produzca su victoria en la segunda vuelta. Eso y los petristas, que son legión disciplinada y que hasta íntimamente les gusta que Bolívar sea el único del Pacto Histórico que le dispara fuego amigo a su jefe, suman lo suficiente como para que este melenudo vernáculo, simpático, grandote, además de espontáneo y con humor, y con una obra dramatúrgica que lo hace conocedor del alma popular y callejera, se merezca llegar al Palacio Liévano.

La escritura de dramatizados le ha procurado a Bolívar una perspectiva más densa sobre el género humano, mucho más que la de un político. Bolívar tiene calle, pues se ha pasado la vida observando el trajín y escuchando las hablas de los laboriosos, de los perdedores, de los astutos, de los pillos, materia prima de los dramas con los que ha logrado comunicarse con sus audiencias. Cuando Bolívar fue senador, sus colegas temían conversar con él pues pensaban que los estaba observando para después escribirlos. Y descansaron cuando prescindió de su curul, porque su ausencia les permitía no tener que actuar tanto para no parecerle villanos al dramaturgo que les fisgoneaba el alma. El problema fue que, al irse, él anunció que iba a escribir un libro sobre el Congreso, ¡qué peligro! Nunca olvidaré algo que me dijo Mayolo un día: “Si te manejás bien, te saco de mis memorias”.

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En la política el final feliz lleva deseándose por siglos, como una quimera. Quizás en esa particularidad de su oficio, Bolívar se encontró a boca de jarro con la política. Él tuvo un punto de inflexión cuando le cayeron críticas por sus Tres Caínes. Había caído bajo. Ahí experimentó la sensación de haberse implicado en la política, de la peor manera, atendiendo las presiones de la empresa a favor de los peores personajes. Entró a un retiro y ,como un clavo saca a otro clavo, se metió en la política directa a resarcir su conciencia. A volver por sus fueros de Pandillas, guerra y paz y Sin tetas no hay paraíso, obras que quedaron en el imaginario popular. No es un típico “animal de Capitolio” y se le advierte y se le cree la limpieza en sus actos. Y ahí va. Su próximo dramatizado será la Alcaldía de Bogotá, pero en vivo. Su antagonista será un personaje consentido de la realeza local, que nunca ha sido peatón y cuyo estado físico e ideológico lo ha conseguido consumiendo alimentos sin gluten. La primera placa oficial la tuvo en su triciclo. Pan comido para Bolívar, pues lo ha escrito mil veces.

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