Reprobable el hecho de que el presidente Gustavo Petro, un poco después de ser incluido en la Lista Clinton, se desespere por el acoso a que lo está sometiendo Trump, y no vacile en autorizar el bombardeo a menores reclutados por disidencias como el que tuvo lugar en Guaviare hace dos semanas. Siete menores de ambos sexos, una de 13 años, fueron acribillados en ese operativo impiadoso. Aunque esa ya es irremediable, y para que no se repita, le digo al presidente que tranquilo, que su figuración en esa lista de “líder del narcotráfico” que le hizo perder la cabeza, es jurídicamente deleznable, a criterio de funcionarios de ese país que lo dijeron en voz baja y que, por lo tanto, no va a durar mucho esa incómoda situación de no poder hacer transacciones bancarias. Además, de momento, ningún colombiano –ni siquiera de ultraderecha– ha creído ese cuento chino de Trump y, posiblemente, no tenga que esperar a que termine su período el 7 de agosto para estar a salvo de ese estigma. Muy jarto, desde luego, que su exmujer esté varada en Suecia por pertenecer a esa lista, pero mientras su exmarido se ingenia una forma de sacarla de allá para instalarla aquí “en el centro del mundo”, “en el país de la belleza”, y en medio de esta “fauna y flora únicas” –en la que, en todo caso, ni ella ni él parecen amañarse mucho–, estuvo bien no volver a usar el argumento sensiblero de que “ella se quiere venir a Colombia para estar con Antonella”, y mandó a ésta allá. Esa reunificación familiar con su hija menor –que ya viajó a Estocolmo y se lo merecía–, fue un privilegio después de volver añicos siete cuerpos de niños en Guaviare. Eso fue impresentable y sería una mancha imborrable si lo repite, por saciar las iras del infanticida Trump y de esta derecha local que no dijo ni mu ante la masacre de niños.
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La versión de que las disidencias, o tanto grupo raponero de niños en zonas de coca, podrían aprovechar el cese de bombardeos para raptar menores de escuelas y hogares para utilizarlos como escudos humanos, aunque fuera cierta, no debería tomarse en cuenta. Lo que debería hacerse es sacar a los menores –de entre 10 y 17 años– de las zonas de operación y ubicarlos en refugios amables –con ICBF, escuelas, dormitorios confortables, etc.–, custodiados por oenegés escrupulosamente seleccionadas, y lejos de las zonas de combate. Es una ironía que el ministro de Defensa haya sido la misma persona que rescató a los cuatro niños indígenas perdidos en la selva hace tres años, lo que hizo de él un héroe, para después dar la orden de bombardear a siete, convirtiéndose en un villano. Si esos niños siguieran vivos, aunque hubiera más hectáreas de coca, y más disidentes, el mundo sería mejor. Qué carajo va importarnos el “exilio” de Verónica, ni sus nostalgias de madre, ni la cara que ponga Trump, el coautor de unos 20.000 niños despedazados en Gaza, que ahora se reajusta en 20.007 con los del Guaviare. Los numerólogos deben estar asustados con estas cifras: 6.402 falsos positivos y 20.007 niños vueltos añicos.