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¡Pilas, Iván!

Lisandro Duque Naranjo

06 de octubre de 2025 - 12:05 a. m.

Quedaron finalmente tres precandidatos presidenciales del Pacto Histórico para la consulta del 26 de octubre: Carolina Corcho, Iván Cepeda y Daniel Quintero. Tres estilos muy distintos de campaña: Carolina, hiperactiva y elocuente, ha pedaleado el país casi completo, como si estuviera compitiendo con Tadeo Pogacar, recibiendo palmas y muchedumbres a donde llega, aparte de que está omnipresente en las redes sociales, en un trending topic continuo. Tema que le plantean lo diserta con erudición: hacienda pública, hectáreas a repartir, reforma tributaria, paz total, narcotráfico, y ni se diga el asunto de la salud. Busca con énfasis el voto de la mujer, pero su presencia escénica, su energía, su apostura, su fluidez en la labia, alcanzan para electrizar el espectro completo de la diversidad. Muchos dirán que con tal de verla y escucharla con frecuencia va a tocar hacerla presidenta.

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Iván Cepeda se está quedando colgado. La presidencia lo ha estado buscando a él, en vez de al contrario, pero no debe hacerse tanto de rogar. La política es también un deporte de contacto y él no puede atenerse solo a la virtualidad. Falta muy poco para la fecha crucial, pero debe organizar siquiera una gira presencial, pueblear, subirse en tarimas, orear su discurso. Es paja eso de que la tribuna no es su fuerte, o de que su elocuencia no es dramática: su público ya lo ha visto en el congreso levantando la voz, de modo que, sin impostar su verbo, debe ensayarse en plazas con su repertorio habitual, más los otros que son de su dominio: el tema de la tierra, la reforma laboral, Palestina, la criminalidad de Trump en el Caribe, etc. Su imagen icónica no puede resignarse apenas al juicio a Uribe: hay que echarle travesía a ese señor en Antioquia y saltar el muro de la Paloma y la Cabal, en el Valle, Cauca, Chocó, haciendo valer la credencial de sus propuestas imaginativas en el Acuerdo de Paz de La Habana. Sacudir el eje cafetero recordando que Manuel, su padre, nació en Armenia y se educó en Popayán donde en el Alma Máter de la hidalga ciudad hizo parte de ese parche de izquierda lujosa al que pertenecieron Álvaro Pío Valencia y Edgar Negret, y que sus escritos son una simbiosis del Vallejo peruano y lo greco-caldense. Todo eso se lo legó su padre, pintor y poeta, además de agudo orador –ganó allí un concurso de oratoria–, con enorme tino y equilibrio. Tomarse a Popayán exhibiendo su genealogía, una bisabuela afro que fundó el primer estudio de fotografía anticipándose al resto de mujeres de esa ciudad blanca. Y que del Sinú llegó su madre, Yira, a Bogotá, tan austera como él, solo que una correcaminos con su grabadora y cámara de reportera.

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Cepeda necesita demostrar que le sienta bien el sudor, la intemperie, el raspao. Una semanita apenas hasta que le coja el gusto y pueda ganar estas “primarias”. Está muy invisible, muy de auditorio, muy de pódcast. Quizás por eso los uribistas lo mencionan poco: lo quieren por ahí “sentadito y callado”. Olvídate, pues, de María Jimena, Vanessa y Cecilia.

Por entre las tiendas se mueve Daniel Quintero, y hasta por los tejados, como los gatos, negociando con los menos deseables como aliados: godos regionales, pícaros y rezanderos que lo veneran como si fuera el niño Dios. No, por ahí no es la cosa, no se puede rifar el cambio confiándoselo a un tarambanas impredecible. Ya está bien de Peraltas y San Antoñitos paisas en el gobierno.

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